SOBRE EL ORDEN DEL DIA, DE ERIC VUILLARD
Eric
Vuillard, en el “Orden del día” me parece muy hábil por la manera de plantear
la novela.Como si fuera Houdini o Copperfield ocupa nuestra atención,
presentándonos a unos protagonistas importantísimos e imprescindibles para una
representación tan grandiosa como es una guerra y más tratándose de la más
mortífera que ha habido en la Historia. Incluso nos da una lista con nombres y
apellidos, en las que son todos los que están pero no están todos los que son
(Ford, IBM, Coca Cola, por ejemplo). El relato promete, parece que vamos a
adentrarnos en el peligroso mar de los grandes tiburones que deciden realmente sobre el presente y el futuro y luego nos
encontramos (aunque muy bien relatado)con una galería de secundarios a los que
la Historia ya nos ha mostrado bastante a menudo. Se aleja en el tiempo hasta
Lord Halifax, que como responsable político inglés no tuvo a bien socorrer a
los irlandeses en el trance más catastrófico demográficamente hablando, que ha
vivido Irlanda (la Gran Hambruna que acabó con la vida de dos millones de
personas y provocó una oleada de migración masiva hacia América). Luego da un
salto a la época de la política de apaciguamiento, para mí un tiempo
ignominioso que, a veces, me recuerda a los que ahora mismo vivimos. Es más que
curioso el apodo de Chamberlain, “el Arrendador”, en su calidad de casero de
Ribbentrop y me encanta como narra la comida en la residencia de los
Chamberlain, con el matrimonio Ribbentrop, como invitados y con el escenario de
la invasión de Austria como telón de fondo.
Hay
frases que se ajustan a la realidad y la expresan claramente como ”Las empresas
no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos, no perecen jamás”, en alusión
a Oppel, Krupp, Varta, BASF, Bayer,, AGFA, IG Farben, Siemens, Allianz,
Telefunken (Hugo Boss, que no nombra). La terca realidad nos lo muestra a día
de hoy de forma contundente. Los humanos somos contingentes, las empresas
necesarias. Otra que remacha la anterior sería “ Como puede verse, la
ingeniería financiera se ha prestado siempre a las más nocivas maniobras”,
cuando habla de la producción de tanques para el ejército alemán en el extranjero.
Hoy en día, desde mi punto de vista hay una imagen que supera a cualquier
concepción que tengamos sobre los manejos secretos de los banqueros (que ya los
damos por sabidos y consentidos) y es la del Príncipe Salmán de Arabia (El
Asesino, casi confeso de su paisano periodista), en el centro de la foto, entre
los mandatarios políticos más importantes del planeta, presidiendo la reunión
del G-20, que deja muy por debajo a la del macho alfa Putin, dándole la mano al
estilo de colegas del trullo, poco menos.
Otra
clave de la novela, la encuentro en “El mundo se rinde ante el bluff. Incluso
el mundo más serio, más rígido, incluso el viejo orden, aunque nunca cede
cuando se exige justicia, aunque nunca se doblega ante el pueblo que se
doblega, SI SE DOBLEGA ANTE EL BLUFF”. Eso, Clara, si es realmente lo que ahora
si se está repitiendo. Nosotros (genéricamente hablando) nos doblegamos ante el
bluff y por ignorancia y desidia somos capaces de votar a VOX, a La Pen, a
Amanecer Dorado o a la burra que te coceó. A la cabeza del mundo se adelanta un
cerebro inestable y caprichoso. No sé si fue un presidente estadounidense que
ya advirtió a la gente de su país sobre poner al frente del gobierno a comerciantes (Bush, ya lo era y nefasto, por
cierto, como hombre de negocios me refiero). De la deriva de EEUU, daría para
hablar largo y tendido (Para mí Noam Chomsky sigue siendo el referente como
conecedor y divulgador de la realidad de su país)
Otro
ejemplo de frase a extraer: “En ese grande y sórdido cambalache, donde se
gestan ya los peores acontecimientos, impera un respeto misterioso a la
mentira”. Parece que estuviera hablando de la Europa de ahora mismo, de la
España de hoy.
Me
gusta, y es la manera que tiene Vuilard de cerrar el círculo de su novela, que
vuelva al viejo Krupp, senil, viendo a los espectros de los asesinados en los
campos de concentración, caminando hacia él, desde el ángulo más en tinieblas
del salón, diciendo “pero ¿Quién es toda esa gente?. Vuilard practica el
optimismo de Shakespeare, el que tendemos también a tener nosotros por nuestra
educación y la bondad de nuestros progenitores.
Hace
falta que la enfermedad les haga débiles a todos esos que deciden en la sombra,
por encima del Goobels discapacitado y servil para con su amado Fhürer, del morfinómano
Goring, de los Himmler, los Heyndriks, los Menguele y por supuesto de todos
aquellos a los que aquel pastor, Martin Niemoller invocaba cuando decía aquello
de “Cuando vinieron a por mí, ya no quedaba nadie”, para que comiencen a ver
las cenizas de sus crímenes. ¿Qué más da ya esa última locura, si ya han dejado
siembra para continuar esa otra locura, la más letal y verdadera con la que nos
empujan a todos al abismo.
Como
bien dice Vuilard al final “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempres
se cae de la misma manera. Con una mezcla de ridículo y pavor”.
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