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miércoles, 15 de abril de 2020


SOBRE EL ORDEN DEL DIA, DE ERIC VUILLARD
 
Eric Vuillard, en el “Orden del día” me parece muy hábil por la manera de plantear la novela.Como si fuera Houdini o Copperfield ocupa nuestra atención, presentándonos a unos protagonistas importantísimos e imprescindibles para una representación tan grandiosa como es una guerra y más tratándose de la más mortífera que ha habido en la Historia. Incluso nos da una lista con nombres y apellidos, en las que son todos los que están pero no están todos los que son (Ford, IBM, Coca Cola, por ejemplo). El relato promete, parece que vamos a adentrarnos en el peligroso mar de los grandes tiburones que deciden realmente  sobre el presente y el futuro y luego nos encontramos (aunque muy bien relatado)con una galería de secundarios a los que la Historia ya nos ha mostrado bastante a menudo. Se aleja en el tiempo hasta Lord Halifax, que como responsable político inglés no tuvo a bien socorrer a los irlandeses en el trance más catastrófico demográficamente hablando, que ha vivido Irlanda (la Gran Hambruna que acabó con la vida de dos millones de personas y provocó una oleada de migración masiva hacia América). Luego da un salto a la época de la política de apaciguamiento, para mí un tiempo ignominioso que, a veces, me recuerda a los que ahora mismo vivimos. Es más que curioso el apodo de Chamberlain, “el Arrendador”, en su calidad de casero de Ribbentrop y me encanta como narra la comida en la residencia de los Chamberlain, con el matrimonio Ribbentrop, como invitados y con el escenario de la invasión de Austria como telón de fondo.

Hay frases que se ajustan a la realidad y la expresan claramente como ”Las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos, no perecen jamás”, en alusión a Oppel, Krupp, Varta, BASF, Bayer,, AGFA, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken (Hugo Boss, que no nombra). La terca realidad nos lo muestra a día de hoy de forma contundente. Los humanos somos contingentes, las empresas necesarias. Otra que remacha la anterior sería “ Como puede verse, la ingeniería financiera se ha prestado siempre a las más nocivas maniobras”, cuando habla de la producción de tanques para el ejército alemán en el extranjero. Hoy en día, desde mi punto de vista hay una imagen que supera a cualquier concepción que tengamos sobre los manejos secretos de los banqueros (que ya los damos por sabidos y consentidos) y es la del Príncipe Salmán de Arabia (El Asesino, casi confeso de su paisano periodista), en el centro de la foto, entre los mandatarios políticos más importantes del planeta, presidiendo la reunión del G-20, que deja muy por debajo a la del macho alfa Putin, dándole la mano al estilo de colegas del trullo, poco menos.

Otra clave de la novela, la encuentro en “El mundo se rinde ante el bluff. Incluso el mundo más serio, más rígido, incluso el viejo orden, aunque nunca cede cuando se exige justicia, aunque nunca se doblega ante el pueblo que se doblega, SI SE DOBLEGA ANTE EL BLUFF”. Eso, Clara, si es realmente lo que ahora si se está repitiendo. Nosotros (genéricamente hablando) nos doblegamos ante el bluff y por ignorancia y desidia somos capaces de votar a VOX, a La Pen, a Amanecer Dorado o a la burra que te coceó. A la cabeza del mundo se adelanta un cerebro inestable y caprichoso. No sé si fue un presidente estadounidense que ya advirtió a la gente de su país sobre poner al frente del gobierno a  comerciantes (Bush, ya lo era y nefasto, por cierto, como hombre de negocios me refiero). De la deriva de EEUU, daría para hablar largo y tendido (Para mí Noam Chomsky sigue siendo el referente como conecedor y divulgador de la realidad de su país)

Otro ejemplo de frase a extraer: “En ese grande y sórdido cambalache, donde se gestan ya los peores acontecimientos, impera un respeto misterioso a la mentira”. Parece que estuviera hablando de la Europa de ahora mismo, de la España de hoy.

Me gusta, y es la manera que tiene Vuilard de cerrar el círculo de su novela, que vuelva al viejo Krupp, senil, viendo a los espectros de los asesinados en los campos de concentración, caminando hacia él, desde el ángulo más en tinieblas del salón, diciendo “pero ¿Quién es toda esa gente?. Vuilard practica el optimismo de Shakespeare, el que tendemos también a tener nosotros por nuestra educación y la bondad de nuestros progenitores.

Hace falta que la enfermedad les haga débiles a todos esos que deciden en la sombra, por encima del Goobels discapacitado y servil para con su amado Fhürer, del morfinómano Goring, de los Himmler, los Heyndriks, los Menguele y por supuesto de todos aquellos a los que aquel pastor, Martin Niemoller invocaba cuando decía aquello de “Cuando vinieron a por mí, ya no quedaba nadie”, para que comiencen a ver las cenizas de sus crímenes. ¿Qué más da ya esa última locura, si ya han dejado siembra para continuar esa otra locura, la más letal y verdadera con la que nos empujan a todos al abismo.

Como bien dice Vuilard al final “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempres se cae de la misma manera. Con una mezcla de ridículo y pavor”.

 

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