Hoy, día 17 de julio de 2013 he salido a las cinco de la mañana. Ha pasado más de una hora hasta amanecer, aunque el sol no se ha asomado en un buen rato pues una densa barrera de nubes cubría el horizonte hacia el este. A hora tan temprana parece difícil cruzarse con alguien. Solo en el paseo junto al Ebro me ha adelantado un ciclista, que pronto se ha perdido en total oscuridad. La parte junto al puente no tenía encendidas las farolas y me he tenido que fiar, no de mi buena vista sino del buen camino, ancho y sin baches por el que transcurría.
He hecho fotos del puente y de Deltebre, pero sin trípode es muy difícil hacerlas bien y siempre salen líneas de colores, que resultan sugerentes, pero deshacen la imagen verdadera, hasta hacerla irreconocible.
Una vez en la margen derecha se inicia un camino muy parecido al de la izquierda, p, que comienza en la desembocadura pero que se prolonga hasta la enorme playa y se extiende hasta enlazar con el Trabucador., una larga línea de tierra, que forma una de las "alas" del Delta.
Después de los primeros kilómetro, el camino está flanqueado por barandados de madera hasta la isla de Buda. Es una delicia de paseo si no te importa ir envolviéndote en los hilos de araña que atraviesan el camino de parte a parte .
Los voy notando en la cara, en los brazos, las piernas. También se pegan a la cámara fotográfica.
La línea de vegetación no es muy ancha hacia el río, pero es muy variada y despide un olor fresco y exquisito.
La luz se refleja en el agua quieta de un río que ralentiza su velocidad a medida que se acerca al mar.
Alguna barca se esconde tras los cañaverales
Por fin se asoma el sol
Hacia los arrozales, una niebla sutil se levanta por encima de ellos, dando un toque misterioso a la enorme planicie
El sol se resiste a salir por completo y se queda agazapado tras enormes nubes.
Grandes bandadas de pájaros surcan por encima de los arrozales
En las márgenes del camino se nota la humedad ambiente, en las plantas, en las flores, en las hojas de los árboles.
La verdad es que viendo la densidad de libélulas y la cantidad de restos de vida que arrastra el río, la pregunta estaba de más.
Durante más de tres horas, calculo, porque no llevo reloj, recorro la playa interminable. Como única referencia, el macizo de eucaliptus que envuelve el camping, al que dan nombre. Al principio veo mariscadores, pero ni rastro de bañistas. La playa está bastante sucia y otra vez aparecen nubes de libélulas, esta vez solas, sin aparearse, como las del día anterior. Son mucho más tímidas y menos impetuosas que las moscas y mosquitos, pues ni siquiera me rozan, a pesar de que son miles alrededor.
Llego al final de la playa más allá del mediodía, cuando el calor de lleno y la arena, hace rato que quema los pies y me obliga a refrescarlos en la orilla del mar de vez en cuando. Ni un solo bar a la vista. Cada familia de las que veo lleva su neverita portátil. Solamente en el tramo final hay más bañistas del camping o de los pueblos de alrededor. Según un hombre muy amable al que pregunto, me quedan unos diez quilómetros hasta San Carles de la Rápita. Me da un buchito de agua mineral porque yo llevo la mía como el caldo, imbebible.
La Península del Trabucador es el mayor espejismo del Delta, una larga línea de arena muy fina que se adentra en el mar y en la que solo se distinguen algunos puntos que sobresalen. De noche, las luces rojas y verdes nos indican que no todo es mar en el horizonte.
A mi izquierda, las primeras lagunillas, en las que se ven garcetas blancas y charranes. Se ven arrozales inmensos en todo su verdor. A veces aparecen tonos amarillos, como si se tratase de especies diferentes. Ya alcanzan las plantas el medio metro y según me dijo Eliseo "el Optimista", ahora tocaba quitar hierbas. La verdad que no resulta fácil imaginar que entre tal maraña de plantas de arroz, se pueda erradicar a mano tanta mala hierba. Parece un trabajo ímprobo.
Al final, llegué a San Carles de la Rápita a las cuatro y media de la tarde. Algo más de once horas después de haber salido.
El puerto de San Carles de la Rápita
Y alguna de sus playas.
Una gaviota frente al mar (Delta del Ebro, primavera de 2010)
He hecho fotos del puente y de Deltebre, pero sin trípode es muy difícil hacerlas bien y siempre salen líneas de colores, que resultan sugerentes, pero deshacen la imagen verdadera, hasta hacerla irreconocible.
Una vez en la margen derecha se inicia un camino muy parecido al de la izquierda, p, que comienza en la desembocadura pero que se prolonga hasta la enorme playa y se extiende hasta enlazar con el Trabucador., una larga línea de tierra, que forma una de las "alas" del Delta.
Los voy notando en la cara, en los brazos, las piernas. También se pegan a la cámara fotográfica.
Algunas de las víctimas son libélulas, a las que luego las arañas envuelven con cuidado para, luego, devorarlas poco a poco.
La línea de vegetación no es muy ancha hacia el río, pero es muy variada y despide un olor fresco y exquisito.
La luz se refleja en el agua quieta de un río que ralentiza su velocidad a medida que se acerca al mar.
Alguna barca se esconde tras los cañaverales
Por fin se asoma el sol
El sol se resiste a salir por completo y se queda agazapado tras enormes nubes.
Barco crucero que hace el recorrido desde Deltebre hasta la desembocadura (Primavera de 2010)
En las márgenes del camino se nota la humedad ambiente, en las plantas, en las flores, en las hojas de los árboles.
Uno de los miradores de aves, instalado en el Delta (Primavera de 2010)
Colonias de aves en la desembocadura del Ebro en el mar (Primavera de 2010)
Un calamón del Delta (Primavera de 2010)
Zancudas en plano vuelo (Primavera de 2010)
Una vez llegado a la isla de Buda, tomo una carretera que va directa a la playa. Hay un mirador en alto para contemplar las aves de la isla y las del otro lado del río. Al bajar pasa una avioneta que arroja algo que no acierto a saber si es líquido o sólido e, ingenuo de mi, pregunto a unos guardas del parque se es comida para los pájaros. Uno de ellos, el mayor, me responde de mala gana que se trata de insecticida para combatir las nubes de mosquitos. Ha debido pensar que soy imbécil o muy ignorante
La verdad es que viendo la densidad de libélulas y la cantidad de restos de vida que arrastra el río, la pregunta estaba de más.
Durante más de tres horas, calculo, porque no llevo reloj, recorro la playa interminable. Como única referencia, el macizo de eucaliptus que envuelve el camping, al que dan nombre. Al principio veo mariscadores, pero ni rastro de bañistas. La playa está bastante sucia y otra vez aparecen nubes de libélulas, esta vez solas, sin aparearse, como las del día anterior. Son mucho más tímidas y menos impetuosas que las moscas y mosquitos, pues ni siquiera me rozan, a pesar de que son miles alrededor.
Llego al final de la playa más allá del mediodía, cuando el calor de lleno y la arena, hace rato que quema los pies y me obliga a refrescarlos en la orilla del mar de vez en cuando. Ni un solo bar a la vista. Cada familia de las que veo lleva su neverita portátil. Solamente en el tramo final hay más bañistas del camping o de los pueblos de alrededor. Según un hombre muy amable al que pregunto, me quedan unos diez quilómetros hasta San Carles de la Rápita. Me da un buchito de agua mineral porque yo llevo la mía como el caldo, imbebible.
La Península del Trabucador es el mayor espejismo del Delta, una larga línea de arena muy fina que se adentra en el mar y en la que solo se distinguen algunos puntos que sobresalen. De noche, las luces rojas y verdes nos indican que no todo es mar en el horizonte.
Hoy no tengo más remedio que afrontar lo que venga. A tres o cuatro quilómetros hay un bar en un camping. Lo que no veo por ninguna parte es una sombra. Lo que no me importó el día anterior, camino de la Faroleta, va a ser hoy la travesía del desierto. No se me hace demasiado largo el camino hasta mi salvación, dos latas de un refresco parecido al Aquarius y media botella grande de agua. Me gusta hacer como los camellos, llenar a tope el depósito y luego tirar millas. Lo malo es que la carretera no tiene arcén y circulan muchos coches.. He de estar atento cuando se cruzan dos a mi altura para orillarme. Después del camino matinal tan agradable, parece mentira que sigamos en el Delta. De ser todo atención y facilidades para el caminante, se pasa al más absoluto olvido. En el Delta, salvo junto a la orilla del Ebro, los árboles son una presencia escasa y la sombra es algo muy preciado. No envidio a los payeses que limpian hierba a mediodía, en mitad del arrozal, con los pies hundidos en el agua.
Flamencos en el agua (Primavera de 2010)
A mi izquierda, las primeras lagunillas, en las que se ven garcetas blancas y charranes. Se ven arrozales inmensos en todo su verdor. A veces aparecen tonos amarillos, como si se tratase de especies diferentes. Ya alcanzan las plantas el medio metro y según me dijo Eliseo "el Optimista", ahora tocaba quitar hierbas. La verdad que no resulta fácil imaginar que entre tal maraña de plantas de arroz, se pueda erradicar a mano tanta mala hierba. Parece un trabajo ímprobo.
Al final, llegué a San Carles de la Rápita a las cuatro y media de la tarde. Algo más de once horas después de haber salido.
El puerto de San Carles de la Rápita
Y alguna de sus playas.