PLUMAS, EMPLUMES, PLUMAS...
Soy el leve fulgor, caído, del azaroso cielo de las aves.
No tengo voz pero guardo una historia, aunque me veas descolorida y pobre. Una hoja más, posada en el otoño.
Así son esas plumas que encontramos al pasear. Negras y plateadas, las de los cuervos y las chovas. No emigran los inviernos. Se quedan escondidas al abrigo de barrancos y en cárcavas peladas. Al llegar el calor remontan a las crestas mas altas sobrevolando sarrios y marmotas.
El martín pescador deja plumas menudas de tonos azulados que son como tesoros para guardar entre las páginas de un libro.
Las plumas de rapaces nos animan a hacer, con ellas, otras plumas con que escribir historias nacidas en el aire.
Las plumas de las aves son adorno y lenguaje en las oscuras selvas, donde los indios visten sus colores más vivos, de papagayos, loros, tucanes, marabúes...
Azules, rojos, naranjas, amarillos, hundidos en el verde infinito que alimenta a los hombres, quienes siempre han considerado el bosque como madre y hogar de pájaros y humanos.
¿Qué sabremos mañana de ese mudo lenguaje de las plumas?
Nos quedará tan solo plumas sin misterio del cabaret, y esas otras, que caen al azar de pájaros en vuelo, cuyo hondo secreto jamás desvelaremos.
Esas plumas de pájaro sirvieron otro tiempo como escarnio. El de los condenados a recorrer las calles, emplumados, pájaros tristes, privados del vuelo y de la libertad, vestidos para un grotesco carnaval de fiera intolerancia. Librados de la muerte, no de la humillación, condenados por la Inquisición, por puritanos bárbaros, que se hicieron famosos en la quema de brujas. Y también los no menos salvajes encapuchados, miembros del Klu Klus Klan.
Emplumar, aparte de esos castigos infamantes, significa que a alguien se le obliga a hacer algo sin desearlo o a pagar algo sin comerlo ni beberlo.
En nuestra sociedad hay grandes ejemplos de emplumes, que nada tienen que ver ya con las plumas de pájaros.
El estado nos emplumó durante siglos el servicio militar obligatorio
Nos empluman los bancos con el pago de transferencias o por poder disponer de nuestro propio dinero en cualquier parte.
Recientemente han emplumado al mundo, especialmente a Afganistán y a Irak, con dos guerras.
Han emplumado a los palestinos un nuevo muro de la vergüenza, más alto y más opaco que lo fue el de Berlín.
Bush y su camarilla (de puritanos por cierto) nos empluman la creencia de que explorar el planeta Marte es más necesario que acabar con el hambre y la miseria.
Esos mismos nos empluman la necesidad urgente y obsesiva de acabar con el terrorismo (que ellos sembraron por doquier) a toda costa, aunque sea a base de pasar por encima de las leyes y poner bajo sospecha a todo el mundo.
Nos empluman el encarecimiento desmesurado de la vivienda, la comida basura, el no saber exactamente qué comemos, la telebasura, la televisión Urdaciana, las mentiras y los silencios para explicar casos como el Prestige, el desastre del Yakolev o los socavones del AVE.
Nos empluman también los contratos basura, las congelaciones salariales, los Planes Hidrológicos por huevos, las subidas de tarifas eléctricas o de comunicaciones, la privatización del agua, la religión en la educación pública y el pago de los fastos principescos y reales a más de otras veleidades escurialenses.
Aún así el emplume es leve, si miramos, aunque sea brevemente, hacia el llamado Sur, cuyo cometido principal es el de ser desplumados, para que así a nosotros se nos pueda seguir emplumando de estas y otras maneras.
Plumas anónimas recogieron romances y cantares de gesta, recitados en plazas y mercados, fiestas y carnavales. Anónimas novelas picarescas salieron de la pluma certera para dejar constancia del margen en que habitaba el Lazarillo, junto a clérigos de la virgen del puño, hidalgos que solo se alimentan del orgullo, en una sociedad que va de extremo a extremo, o rica y opulenta o pobre y miserable.
Hubo plumas ilustres, con nombres y apellidos, que llenaron la historia de la literatura.
Plumas interminables como Lope de Vega, Fénix de los Ingenios, Pérez Galdós, Pío Baroja... Plumas mordaces como Quevedo, Gracián, Vázquez Montalbán, Reverte...
Plumas cultas como Góngora y Darío.
Plumas rotas en vuelo como Lorca y Hernández.
Plumas republicanas como el Sender de “Réquiem...”
Plumas lúcidas como Goya en sus Caprichos o Desastres de la Guerra.
Plumas cargadas de pasión y melancolía como Bécquer o Rosalía.
Garcilaso y Cervantes, manejaron la pluma a la par que la espada.
Hay quien piensa que la pluma puede ser una espada.
Tal vez los responsables últimos de la muerte de Couso así lo interpretaron y por eso su vida se segó de un plumazo, dejando que a los que montaron aquella guerra infame que aún se sufre, se les viera el plumero.