Aylan es una marioneta a la deriva
nadie ha visto sus ojos pero a diario
miradas iguales a la suya aparecen
en las pantallas sucias de los televisores
salpicadas por dentro del dolor que no alcanza
a invadir las alfombras y salones
ni tampoco las calles de las ciudades muertas
donde todo transcurre como de costumbre.
Europa es una jaula cada vez menos de oro
y cada vez más cárcel para quien vive al margen.
A golpes arremeten contra los exiliados.
Una pared de corazones fríos les recibe
más helados aún que la alambrada
y la intemperie lacerante del invierno.
Otra vez arden las hogueras del miedo
y una mayoría silenciosa las contempla
sin pronunciarse ni decir palabra
olvidando las palabras de Brecht
antes de que el nazismo fuera
un cáncer terminal sin cura.