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viernes, 21 de octubre de 2011

Los escalones de la picardía

Los escalones de la picardía
Aparte de aludir, en plural a una prenda femenina, sugerente y ligera, la palabra picardía se aplica  con benevolencia referida a los niños o a los simples, que están convencidos de poder engañar a alguien abierta e ingenuamente, sin pizca de malicia.
Casi siempre esconde cierta simpatía por el tipo de pícaro que hay detrás, y el acto de ejercer la picardía no pasa de ser una travesura, una trastada o trastería, una tunantada, una  pillería o una jangada, acometidas con simpleza, cuquería, disimulo e incluso, cierta astucia y sagacidad. La picardía resulta de esta forma una cualidad no solo comprensible, sino capaz de proporcionar divertimento, sin encerrar maldad, ni daño ajeno en el hecho de ponerla en práctica. Habría que añadir la desvergüenza, entendida como la falta de ella a la hora de contar historias picantes sin pudor y sin afán de herir. A veces basta con decir que la persona en cuestión es un enredador, un descarado o un fresco.
La mala intención casi no existe en estos casos y tiene por objeto la pura diversión o sacar un provecho que no redunda en perjuicio de otra persona. Buena muestra serían las pequeñas mentiras o invenciones con las que los niños intentan zafarse de alguna reprimenda, las astucias de los estudiantes para copiar en los exámenes o las fantasías que los pedigüeños urden para sacar alguna moneda que no les sacará de pobres.
En un escalón ligeramente superior estarían los trileros y aquellos comerciantes que, incurriendo en un delito leve, engañan en el peso de la mercancía, haciéndolo a menudo. Aquí el intento de sacar provecho material es evidente. Ya no se ejerce la picardía por amor al arte, ni para salir del paso. Dentro de los sinónimos que incluye la palabra pícaro (menos benevolente que picardía), cuadraría el de bribones que  se traduce como personas que estafan y roban, con lo que podemos estar seguros de la abundancia de ellos a día de hoy.
Bribonzuelo aún se aplica a los niños sin ninguna acritud, como pillastre o granujilla. La palabra pillo o granuja, aplicadas a personas adultas reviste cierta gravedad. Recuerdo que en algunos tebeos de los años sesenta, como Roberto Alcázar y Pedrín, siempre se empleaba el término “pillos” para designar a los malos.
A partir de estos términos referidos a los pícaros, si navegamos en el mundo de la delincuencia, podemos echar mano de otros sinónimos nada simpáticos, que designan un tipo de pícaro cada vez más detestable. Ser un villano incluye la capacidad de cometer acciones innobles y aunque también fue una palabra que aparecía en los comics de hace tiempo (sobre todo en los de los personajes de Marvel), no tiene apenas aplicación.
Si al pícaro le añadimos astucia podemos obtener un pájaro de cuenta, un perillán, un canalla, un sinvergüenza, un marrullero, alguien con el colmillo retorcido o con más conchas que un galápago, un jesuita que sabe algo más que latín, un chalán de cualquier trato y que sabe más que Lepe, un listo que campa a sus anchas, un zorro que se pone las botas mientras haya gallinas a las que desplumar. Nos vamos acercando a esos personajes tan de moda, con pocos escrúpulos, a los que les gusta actuar a lo grande, incluyendo en sus estafas a mucha gente. En esta categoría me arriesgo a incluir desde Roldán, el pícaro fugado y forrado, que siguió una tradición  nunca desterrada en nuestro país, pero convertida en delito con la democracia, pasando por Mario Conde, Villalonga y Camacho, el de Gestcartera. Villalonga fue el primero en nuestro país de quien se hizo público el cobro supermillonario por el hecho de dejar su puesto como presidente de telefónica. Un cobro enmascarado en el término stock options, algo que se debe recordar ahora que se piensa en abaratar los despidos, reduciendo el número de días a pagar por año trabajado. Villalonga no solo no acabó en la cárcel, sino que fue fichado por una empresa norteamericana de comunicación, algo que también hizo un tal Jaume Matas, cuando en su feudo de Baleares empezaron a soplar vientos adversos.
Pero seguimos con el escalafón de pícaros delincuentes. Si añadimos la vileza, estamos añadiendo un punto de mayor desprecio hacia el pícaro en cuestión quien actúa con maldad, falsedad, cobardía y no le importa que sus acciones puedan tener como resultado la muerte de inocentes. El, para algunos, simpático Jesús Gil, ya difunto, participaría de todos los adjetivos antedichos, incluido el último. Comenzó a ser famoso como un constructor, cuyas obras en los Ángeles de San Rafael provocaron la muerte por derrumbamiento de varias personas. Y pagó más bien poco a la justicia, antes de convertirse en un hampón, ejemplo de lo que había de venir. Convirtió en casi normal lo canallesco. Fue un granuja consentido en los medios televisivos y radiofónicos, un rufián metido a político, que alcanzó a tener su feudo, incluidos vasallos y mesnadas. No podía llamarse de otra forma su partido, Gil y Gil. Su mayor triunfo fue vencer después de muerto, pues su filosofía rateril, tabernaria, autoritaria y mezquina quedó plantada como un árbol con fruto, tan podrido como la propia semilla, sembrada por aquel tripero, amigo de vestir gayumbos y guayabera.
Pareciera que no es posible picar más alto, sin embargo constato que aparte del, por fin retirado, presidente de los USA, permanece en activo alguien que a todo lo anterior añade la ruindad, es decir falsedad, hipocresía y traición, lo que convierte al personaje en un ser despreciable y mezquino. Don Silvio parece aspirar a ese puesto, después de haber recorrido los otros escalones de la picardía entendida en su sentido más amplio. Su último objetivo es hacer leyes a su medida y saltarse a la torera el sistema democrático del país que gobierna. Nunca le interesó un pimiento la salud de Eluana. Sin embargo, es capaz de ejercer como señor de la vida y la muerte, impidiendo que una petición, apoyada por la justicia italiana, para que Eluana ponga fin a su muerte en vida, sea legalmente ejecutada. Busca el aplauso de otros pícaros que absuelven a los negadores de holocaustos y se atribuyen el poder de negar la libertad del ser humano a la hora de elegir su propio destino. Por otra parte sus bromas sobre hundir pateras a cañonazos, seguidas de proclamas que han inducido a perseguir a los gitanos de Italia y a poner en peligro la vida de muchos de ellos, es algo que nos acerca la sombra abyecta del racismo fascista. A Berlusconi solo le falta un ejército de camisas negras y cambiar su uniforme de banquero por uno militar, para parecerse definitivamente a Don Benito, Mussolini, se entiende.
La abyección es el último escalón de la picaresca desalmada, la que carece de entrañas, a la que pertenecen los dictadores y asesinos de masas. Viven en el mundo actual y parecen estar infinitamente lejos. En realidad están aquí mismo, a tiro de piedra. Se llaman Obiang o Mugabe, como antes se llamaron Pinochet, Videla, Franco, Mussolini o Hitler.
Solo deseo que pícaros así desaparezcan de la faz de la tierra, que no vuelva ninguno parecido a ser engendrado y que nadie tenga ni remoto intención de emularlos.

CAMBIOS DE CHAQUETA

CAMBIOS DE CHAQUETA

Hay mudanzas que no se entienden si no hay pasta de por medio. Me refiero a los cambios de chaqueta que se producen de la noche a la mañana, por tener qué perder o qué ganar.
Fue un proceso que se vivió a mansalva en el advenimiento de la democracia. Demócratas de toda la vida decían antiguos franquistas, de si mismos.
Mas tarde los hubo y los sigue habiendo de todo signo, aunque el más sonado llegó a ser el Tamayazo, que le vino de perlas a Esperanza Aguirre. Aunque, como dice el dicho: “No hablemos de lobos….”

Sin embargo, los casos que más me llaman la atención son los de algunos intelectos, con el eje un poco descentrado. Hay quien, como Luis Racionero, sesentayochista él, que acabó, discretamente eso si, en brazos del conservadurismo más ajeno a sus orígenes ácratas. Tal vez un día cambie su apellido por el de Rancionero.
Pero hay otros, menos discretos ellos, que han llegado a hacer profesión de fe de su majadería. Uno es Jiménez Losantos, que habiéndose alejado de las filas del marxismo, ha alcanzado las más altas cotas del cretinismo. El otro es Sanchez Dragó, que aún proclama su acracia, aunque se halle en la cumbre del filibusterismo.

Mi reino no es de este mundo

Mi reino no es de este mundo



Para decir lo que dice, el papa Benedicto, estaría muy bien sin salir del Vaticano, sentado cómodamente en su butaca, dedicándose a hablar de teología y de cuestiones de culto, en las cuales es inocuo el hecho de su infalibilidad.
En mi opinión es casi tan delictivo decir que el preservativo contribuye a extender más el sida, como negar el holocausto. Al fin y al cabo éste sucedió hace más de sesenta años, pero aquel, el holocausto del sida, está ocurriendo ahora y en África afecta a más de veinte millones de personas, que si se han infectado es, entre otras cosas, por no haber usado profilácticos que impidieran la propagación del virus.
Si él como sacerdote hizo voto de castidad está bien que lo cumpla, pero a los demás que no les de la vara, sin haber limpiado su propia casa en el tema de la pederastia.
Hay quien reconoce  a Benedicto XVI, públicamente como un personaje inteligente. Imagino que tendrá que serlo para haber llegado a donde está. Pero pienso que utiliza la inteligencia más para sembrar la discordia que para fomentar la concordia.
Su alejamiento de la realidad le ha llevado a querer resucitar las misas en latín, en ellas el oficiante da la espalda a los fieles, como ignorándolos, lo mismo que se ignora a los vivos enfermos que pueden ser curados por la ciencia. Habla de asesinatos en cualquier caso de aborto, sin distinguir, ni excluir caso alguno. Por cierto que la campaña antiabortista financiada en realidad con dinero público, pues este constituye la mayor fuente de ingresos de la iglesia española, es pura demagogia barata y falaz.

ES UNA GAITA

ES UNA GAITA
La gaita de vivir en un lugar hermoso es ver como sus rincones se transforman y se afean por la mano del hombre. Ese proceso se acelera algunas veces o simplemente afecta a los lugares habituales por los que uno pasea. Son caminos estrechos que se ensanchan para poder meter el tractor cien metros más y de paso vallar sus bordes, tras cortar los quejigos que proporcionaban al sendero un cierto aire escondido que deja de existir. Son sotos en los que el criterio para devastar su arbolado no está nada claro y se cargan preciosos ejemplares que contribuían a crear rincones apetecibles para detenerse un rato, sentarse y disfrutar de la acogedora sombra y de la vista que, ahora, ha dejado paso a un aspecto general de ruina. Entre la broza, las ramas y los tocones pegados a la tierra se quedan los bidones de plástico que contenían el gasoil, afeando más si cabe el desolador paraje. Son escombreras que crecen junto al río en las que no se disimulan las basuras de todo tipo. Muestran hasta que punto estamos faltos de una verdadera educación que nos lleve a respetar el medio.
La belleza en el paisaje es algo subjetivo. Hay quien ama sumergirse entre los rascacielos de una jungla urbana, lo mismo que hay quien gusta de perderse en la penumbra de bosques solitarios, donde los ruidos cotidianos y la presencia humana son solo un eco impreciso en la memoria, que ni siquiera aflora cuando nos atrapan con su magia de musgos, líquenes, olores y fragancias que la naturaleza ha tardado tanto en crear.
Hoy es muy fácil con una Caterpilar de grueso calibre arrasar un pinar en cuatro días. Dejar cicatrices feas como demonios en lugares donde el hábitat llevaba decenas o centenares de años sin tocar. Pienso que el derecho de propiedad y la arbitrariedad de hacer las cosas de cualquier manera por el hecho de poseer un pedazo de tierra, un camino más o menos privado, es más sagrado en la práctica que las leyes que protegen los ríos, los senderos y los parajes de los que algunos disfrutamos. También, desde luego, mucho más sagrado que el sentido común.
No soy, ni puedo ser optimista en cuanto al futuro que nos depara el planeta, cuando veo bien cerca la alegría con la que seguimos emporcando y destrozando el paisaje inmediato, tanto el considerado público como el privado. 

BARRICADAS

BARRICADAS
No son tiempos de construir barricadas, al menos en esta parte del mundo, donde tanto material sobra para amontonar en escombreras y basureros y cada uno va, más que nunca, a la suya. Sin embargo en lugares en los que no se recicla oficialmente el plástico, ni el vidrio y en los que multitud de desheredados se buscan la vida para sacarle rédito al desperdicio de los más opulentos, las barricadas pueden llegar a convertirse en pan de cada día.
Me dejó perplejo la noticia de los muros que van a circundar las favelas de Río de Janeiro, con el pretexto de proteger la naturaleza que rodea estas colmenas habitadas por los desarrapados de esa inmensa urbe.
Después de caído el muro de Berlín, vuelven a estar en boga nuevos muros de la vergüenza, construidos por el miedo al terrorismo o a la delincuencia. ¿Qué harán una vez construidos? ¿Utilizar la vigilancia vía satélite para luego arremeter quirúrgicamente, como les gusta decir, contra los focos de rebelión o delincuencia?
Contra la mirada que viene de arriba, ¿que barricada utilizar sino es la misma tierra? Eso era lo que hacían los combatientes norvietnamitas para huir de los efectos devastadores del NAPALM  en vastas superficies que ardían al instante. ¿Tendrán que excavar túneles los habitantes de las favelas y también los palestinos (conejillos de indias desde hace tiempo de este amurallamiento perverso) para escapar al férreo control de los hacedores de muros? ¿Será el comienzo de la búsqueda de un nuevo hábitat camino del centro de la tierra para escapar a esos artilugios que detectan el calor de los cuerpos en superficie y pueden acabar con ellos sin errar un milímetro el disparo?
Se va construyendo día a día la ciencia ficción, que deja de serlo a medida que a la maldad del terrorismo se opone una maldad bendecida por las urnas y los presupuestos de defensa. Siempre ha sido la guerra un laboratorio de tecnología que se aplica no virtualmente, sino a la brava, con todo el realismo posible contra sociedades con poca capacidad de respuesta, como la de los palestinos, o algunos países africanos.
Nunca debiera ser tarde para el diálogo, pero da cierto vértigo pensar que en parte ha sido el integrismo estadounidense, aún no superado del todo, el que ha contribuido al desplazamiento de los talibanes a un país aún menos inocuo que Afganistán. La noticia de que los Talibanes se encuentran a unos centenares de kms de Islamabad, la capital de Pakistán, y de que están imponiendo la ley musulmana en los estados del noroeste del país, no es un buen augurio para alcanzar una próxima paz.
Antaño los que no tenían artillería contundente, oponían a ella las barricadas, construidas con todo tipo de materiales tras los que poder parapetarse. Estas eran destruidas por aquella con relativa rapidez y sin duda, con eficacia. Habrá que hilar muy fino en el futuro para que los que se han sentido agraviados por la prepotencia de las armas muy superiores, no se sientan tentados a usarlas si, ojala nunca suceda, cayesen en sus manos.