AIREAR LOS ARMARIOS
Hay algo que siempre me ha llamado la atención. Son los armarios que guardan esos papeles que se denominan “clasificados”. No estoy seguro de que en realidad sean armarios, sino más bien archivadores metálicos ocupando los sótanos de algún organismo del Estado en los que se almacena toda aquella información que se le hurta al ciudadano alegando motivos de seguridad. Asuntos que se encubren bajo ese paraguas ambiguo que justifica el silencio durante años.
En Estados Unidos y en muchos otros países democráticos hay cuestiones que duermen en los armarios durante décadas y cuando despiertan a la luz pública, sus protagonistas han muerto. Si están vivos y lo que han hecho constituye un delito, este ya ha prescrito y no afectará para nada en la vida del presunto delincuente.
Han de transcurrir cincuenta años para que ciertos documentos sean desclasificados. Más tiempo, aún, si se trata de documentos secretos del Estado Vaticano.
En siglos pasados era casi imposible desclasarse, pasar de ser aristócrata para convertirse en plebeyo y más aún si la cosa era al contrario.
Igual de difícil resulta hoy desclasificar los papeles que pueden contener lo incalificable. La ayuda de algunas democracias a dictaduras como las de Pinochet, Mobutu, Bokassa, Obiang... Las que contribuyeron a armar a Sadam, mientras fue útil para hacer la guerra a Irán. Las que apoyaron a los talibanes para echar a Rusia de Afganistán y seguir combatiendo el comunismo.
Cuando sean públicos, esos papeles servirán tan solo para escribir la historia con la distancia suficiente para no salpicar a los que ha protegido un largo silencio.
Es así como los armarios del Estado se convierten en “cloacas”, palabra que se utiliza mucho para designar asuntos turbios que no llegan a debatirse nunca en el organismo más representativo de las democracias, el Parlamento, llámese Cámara o Congreso.
Algunas acciones son tan zafias que su constancia no llega, siquiera, a guardarse en los armarios, pues saltan a la prensa en tiempo real, como se dice ahora.
Una de las cualidades de las democracias debiera ser ventilar los armarios de “los padres de la patria” o limpiar las cloacas mucho más a menudo, sin tanto secretismo, porque si no la polilla, la carcoma, el mal olor, son lógicos efectos de esconder y amontonar la basurilla en los rincones más oscuros del armario y los que lo sufren son siempre otros y además no pocos.