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lunes, 10 de septiembre de 2018

ARQUELOGÍA DEL CAPITALISMO 9

Los despojos naturales, en los que la intervención humana tiene poco o nada que ver, también aparecen repartidos de forma un tanto más armónica que los vistos hasta aquí. Antiguas cepas, retorcidas como personajes deformes que se desperezan nos hablan de la historia pasada de tierras de cultivo que quedaron bajo el agua. Había muchas vides y olivos que desaparecieron, obligando a tanta gente a marchar sin retorno.
 
 
Las plumas de rapaces también se ven muy a menudo, lo mismo que los restos de aves más pequeñas, producto de festines de milanos reales, negros...

 
 
El tiempo, el agua, el sol van limando los restos de árboles que viajan con la crecida y adoptan formas de animales extraños. Descansan solitarios o amontonados en lugares que son una auténtica maraña, entre la que es difícil dar un paso sin romper una rama seca.

 
Hasta el pantano llegan también los restos de animales, cuyos huesos o dientes conservan la blancura del marfil.

 
Algunos de esos restos los reconocemos claramente porque tardan mucho tiempo en disolver su forma.

 
Pero también acaban por cambiar de color y deshacerse, hasta llegar a confundirse con la arena.


Hay ojos que nunca han mirado, pero a través de los cuales se pueden observar microcosmos de hojas muertas y restos vegetales
 
Hay  zonas donde la arena recibe mansamente las piñas y maderas oscuras, que contrastan con el gris tostado que les sirve de lecho amable y blando. Las playas que se forman, aunque no muy largas, tienen granos de arena más finos que los de muchas playas y es una gozada andar descalzo y hundir los pies en su tibieza. Para los pies es una terapia muy recomendable

 
Diminutas pagodas que proyectan su barroca sombra
 
Las ramas pierden poco a poco su epidermis, hasta confundirse con auténticos huesos de brazos vegetales

 
 
 



 
A veces lo que queda son caricaturas, aunque no provoquen risa

 A veces hay peces que se quedan atrapados en charcos que acaban por secarse. Las gaviotas y otras carroñeras acaban por dar cuenta de sus cuerpos al sol. Acaban como poemas tristes tendidos en el barro duro y cuarteado.