Entradas populares

sábado, 22 de agosto de 2015



Otra vez en la playa. Ya tenía ganas después de un largo paseo por un entorno urbano bastante hostil para un viandante. A partir de ahora una serie de playas interminables me esperan.



No son playas tan concurridas como las de la parte norte de Barcelona. Es un placer el andar por ellas.






La playa del Prat se prolonga en un buen trecho y en paralelo hay un paseo. Unos pocos chiringuitos salpican el enorme arenal. El paseo acaba poco antes de llegar al Estany y las marismas del Remolar, donde se encuentra la pequeña playa del Remolar, a la que sigue la playa de Cal Francés, la playa de la Pineda y la playa de la Murtra. Toda esta parte forma parte del delta del Llobregat. Hay una buena parte de pinares, campos de cultivo, marismas y pequeñas lagunas. Una buena parte del espacio está ocupada por el aeropuerto del Prat.
A partir de la playa de la Murtra ya encontramos algunos campings, como el de Tres Estrellas. Más tarde llegamos a la playa de Gavá

 Tan solo alguna pequeña escollera interrumpe la monotonía de estas playas




Una larga perspectiva de las playas del delta del Llobregat.




Hacia la playa de la Murtra, a la vista un camping.
 





La playa de Gavá.




Playa y más playa, camino de Castelldefels





Un pequeño catamarán anclado en la arena.




La playa de Castelldefels






Una vez en la playa de Castelldefels, busco un lugar en el quedarme durante la noche. Al lado de la playa todo `parecen apartamentos y empiezo a andar hacia el núcleo de Castelldefels, que resulta estar un pocos alejado de la playa. Tras más de media hora de andar me planto casi en el centro del pueblo y pregunto en varios sitios hasta que doy con la pensión el Colorado. Después de ducharme y descansar un rato de la larga jornada de Barcelona a Castelldefels, bajo a echar una cerveza en el bar del mismo nombre que la pensión. La música que suena es toda de los años 70, viejas canciones de Pink Floyd, Los Who, Bob Dylan, Led Zeppelin…Entablo conversación con Juan, un tipo que parece muy locuaz y que trata con familiaridad al dueño del bar. Entre cerveza y cerveza aparece José, un chaval más joven que nosotros, pero con iguales ganas de conversación.  La cosa se lía y me voy con ellos de ronda en vez de ir pronto a la cama. La noche se prolonga hasta el amanecer que nos pilla en el coche de José, buscando el bar de una gasolinera abierta para echar la última. No tengo remedio.







Las manos de Juan

Se llama Juan. Es un marino oscuro, aunque él dice que es blanco. Más no lo puede ser porque parece ruso, aunque es gallego de Ondárroa. Dice que tiene cáncer ( a ello atribuye su calvicie) y que le queda poco. Por eso se deshace de las cosas, del coche, de sus bicis ( a mi pretende regalarme la última de ellas y tengo que convencerle de que voy siempre andando). Le gustaría también deshacerse del peso inmaterial de sus recuerdos. Sobre todo de los más sangrantes y violentos, que son los que más pesan. Se metió a marino en contra de los deseos de su madre, que perdió al padre de Juan y otros tres miembros de su familia en un naufragio. Juan no salió a pescar al Gran Norte, donde murieron ellos, se fue a la marina y se hizo soldado, se embarcó por el mundo y tuvo la suerte de ver a los grandes, cuando empezaban a serlo. Bob Dylan, The Quenn, los Who…en lugares dipares como Nueva York, Londres, Hamburgo…
Amó la libertad a su manera, pero quizá ponía límites estrictos a los otros, los que no eran ni él ni su familia. Tuvo además la mala suerte de llevar siempre la pistola encima, por eso le reventó la femoral a aquel mal nacido que quiso asustar a su mujer y a su hijo. No se pudo hacer nada por su víctima y Juan acabó en el trullo. Su mujer le dejó por considerarlo casi un loco. Se quedó tan solo como siempre estuvo. A su primer hijo lo conoció cuando ya había cumplido los diecisiete y fue a visitarle con su novia. Se le presentó así, sin avisar, sin más. “Creo que soy tu hijo”. “Bueno, pues si tu eres mi hijo, yo debo ser tu padre, vamos a celebrarlo”, le dijo Juan casi de corrido. Juan saca la foto de su primera nieta, morenita, de cara ancha y ojos grandes. Cuanto se arrepiente a veces de haber apartado de si lo que más quiso. Fue sin que, el era así y no había remedio. Era un gallego vasco “hijo de puta”, como él decía de sí mismo, sentado siempre encima del barril de pólvora de su propio carácter, acariciando siempre la pipa cuando su instinto le pone en guardia. Llora al evocar la parte más negra de su vida. En las calles no sé de qué ciudad, tal vez Sbrenica, Sarajevo…trabajó para la ¿OTAN? De francotirador. No hace cuenta del número de muertos, solo llora mientras Jose se ha ido a por más birras. Es el último bar abierto en esta ciudad que ha crecido deprisa, acumulando feos edificios, lejos de la playa en la que solo hay apartamentos. Allí vive Juan su vida tóxica. El “Pelos” le da cuartelillo en su bar, donde echa la tarde a base de cervezas y pitillos, escuchando las viejas canciones de sus periplos mariñeiros, cuando hacer un hijo no le ataba, porque además ni siquiera estuvo el tiempo suficiente para saberlo. Así son los marinos que temen encallar y cuando lo hacen lejos del mar, siguen luchando contra los demás y contra si mismos como si fuesen olas de marejada lo que tuvieran siempre frente a sí.




 José el murciano



José es murciano y nos cuenta una historia que parece de los tiempos en que acontecieron los hechos que se relatan en “Bodas de Sangre”. Tiene una novia que no sabe si lo es porque aparte de haberla respetado hasta ahora de manera exquisita, los padres de ella no lo quieren a él. Tratan de apartarlos como si fueran el agua y el aceite.
¡A saber por qué no quieren como yerno a José!. Ël está perdidamente enamorado, pero en vez de lanzarse al ruedo, con sus treinta y tres años, lo que hace es poner tierra de por medio. Total para obsesionarse aún más  con sus ojos, entre verdes y azules, con su virtud intacta y con el extraño por qué de la negación de los padres de ella a que estén juntos. Juan le repite una y otra vez que lo que tiene que hacer es cogerla y sacarla de esa mierda, porque si no acabará arrepentido algún día por no haberlo hecho. José le compró una televisión y sus padres querían que ella se la devolviese.  Y por lo que dice José, su novia es profesora de literatura   y le encantaría poder hacer su vida, pero se encuentra cómoda arropada por unos padres decimonónicos que no ven a José como el ideal para su hija. Ahora que los interinos tienen el futuro tan incierto, aún menos.
Aparecen, allí donde estamos, al fondo del local dos personajes que me recuerdan a los cretinos de la película de “Las Hurdes Tierra sin pan”, de Buñuel. Uno tiene un punto de personaje “venao”, de estos imprevisibles, a quien más vale entrar por el ojo derecho y el otro `parece tener algún tipo de tara, que hace juego con el tipo anterior. Este nos hace una demostración de su habilidad para manejar el taco de billar a lo Bruce Lee.