Una larga perspectiva de las playas del delta del Llobregat.
Hacia la playa de la Murtra, a la vista un camping.
La playa de Gavá.
Playa y más playa, camino de Castelldefels
Un pequeño catamarán anclado en la arena.
La playa de Castelldefels
Una vez en la playa de Castelldefels, busco un lugar en el quedarme durante
la noche. Al lado de la playa todo `parecen apartamentos y empiezo a andar
hacia el núcleo de Castelldefels, que resulta estar un pocos alejado de la
playa. Tras más de media hora de andar me planto casi en el centro del pueblo y
pregunto en varios sitios hasta que doy con la pensión el Colorado. Después de
ducharme y descansar un rato de la larga jornada de Barcelona a Castelldefels,
bajo a echar una cerveza en el bar del mismo nombre que la pensión. La música
que suena es toda de los años 70, viejas canciones de Pink Floyd, Los Who, Bob
Dylan, Led Zeppelin…Entablo conversación con Juan, un tipo que parece muy
locuaz y que trata con familiaridad al dueño del bar. Entre cerveza y cerveza
aparece José, un chaval más joven que nosotros, pero con iguales ganas de
conversación. La cosa se lía y me voy
con ellos de ronda en vez de ir pronto a la cama. La noche se prolonga hasta el
amanecer que nos pilla en el coche de José, buscando el bar de una gasolinera
abierta para echar la última. No tengo remedio.
Las manos de Juan
Se llama Juan. Es un marino oscuro, aunque él dice que es blanco. Más no lo
puede ser porque parece ruso, aunque es gallego de Ondárroa. Dice que tiene
cáncer ( a ello atribuye su calvicie) y que le queda poco. Por eso se deshace
de las cosas, del coche, de sus bicis ( a mi pretende regalarme la última de
ellas y tengo que convencerle de que voy siempre andando). Le gustaría también
deshacerse del peso inmaterial de sus recuerdos. Sobre todo de los más
sangrantes y violentos, que son los que más pesan. Se metió a marino en contra
de los deseos de su madre, que perdió al padre de Juan y otros tres miembros de
su familia en un naufragio. Juan no salió a pescar al Gran Norte, donde
murieron ellos, se fue a la marina y se hizo soldado, se embarcó por el mundo y
tuvo la suerte de ver a los grandes, cuando empezaban a serlo. Bob Dylan, The
Quenn, los Who…en lugares dipares como Nueva York, Londres, Hamburgo…
Amó la libertad a su manera, pero quizá ponía
límites estrictos a los otros, los que no eran ni él ni su familia. Tuvo además
la mala suerte de llevar siempre la pistola encima, por eso le reventó la
femoral a aquel mal nacido que quiso asustar a su mujer y a su hijo. No se pudo
hacer nada por su víctima y Juan acabó en el trullo. Su mujer le dejó por
considerarlo casi un loco. Se quedó tan solo como siempre estuvo. A su primer
hijo lo conoció cuando ya había cumplido los diecisiete y fue a visitarle con
su novia. Se le presentó así, sin avisar, sin más. “Creo que soy tu hijo”.
“Bueno, pues si tu eres mi hijo, yo debo ser tu padre, vamos a celebrarlo”, le
dijo Juan casi de corrido. Juan saca la foto de su primera nieta, morenita, de
cara ancha y ojos grandes. Cuanto se arrepiente a veces de haber apartado de si
lo que más quiso. Fue sin que, el era así y no había remedio. Era un gallego
vasco “hijo de puta”, como él decía de sí mismo, sentado siempre encima del
barril de pólvora de su propio carácter, acariciando siempre la pipa cuando su
instinto le pone en guardia. Llora al evocar la parte más negra de su vida. En
las calles no sé de qué ciudad, tal vez Sbrenica, Sarajevo…trabajó para la
¿OTAN? De francotirador. No hace cuenta del número de muertos, solo llora
mientras Jose se ha ido a por más birras. Es el último bar abierto en esta
ciudad que ha crecido deprisa, acumulando feos edificios, lejos de la playa en la
que solo hay apartamentos. Allí vive Juan su vida tóxica. El “Pelos” le da
cuartelillo en su bar, donde echa la tarde a base de cervezas y pitillos,
escuchando las viejas canciones de sus periplos mariñeiros, cuando hacer un
hijo no le ataba, porque además ni siquiera estuvo el tiempo suficiente para
saberlo. Así son los marinos que temen encallar y cuando lo hacen lejos del
mar, siguen luchando contra los demás y contra si mismos como si fuesen olas de
marejada lo que tuvieran siempre frente a sí.
José el murciano
José es murciano y nos cuenta una historia que parece de los tiempos en que
acontecieron los hechos que se relatan en “Bodas de Sangre”. Tiene una novia
que no sabe si lo es porque aparte de haberla respetado hasta ahora de manera
exquisita, los padres de ella no lo quieren a él. Tratan de apartarlos como si
fueran el agua y el aceite.
¡A saber por qué no quieren como yerno a José!. Ël está perdidamente
enamorado, pero en vez de lanzarse al ruedo, con sus treinta y tres años, lo
que hace es poner tierra de por medio. Total para obsesionarse aún más con sus ojos, entre verdes y azules, con su
virtud intacta y con el extraño por qué de la negación de los padres de ella a
que estén juntos. Juan le repite una y otra vez que lo que tiene que hacer es
cogerla y sacarla de esa mierda, porque si no acabará arrepentido algún día por
no haberlo hecho. José le compró una televisión y sus padres querían que ella
se la devolviese. Y por lo que dice
José, su novia es profesora de literatura y le encantaría poder hacer su vida, pero se
encuentra cómoda arropada por unos padres decimonónicos que no ven a José como
el ideal para su hija. Ahora que los interinos tienen el futuro tan incierto,
aún menos.
Aparecen, allí donde estamos, al fondo del local dos personajes que me recuerdan
a los cretinos de la película de “Las Hurdes Tierra sin pan”, de Buñuel. Uno
tiene un punto de personaje “venao”, de estos imprevisibles, a quien más vale
entrar por el ojo derecho y el otro `parece tener algún tipo de tara, que hace
juego con el tipo anterior. Este nos hace una demostración de su habilidad para
manejar el taco de billar a lo Bruce Lee.
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