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lunes, 28 de agosto de 2017

 Dejando atrás el Faro del Fangar y pasado Riumar, me dirijo hacia Deltebre por donde el Ebro pasa ancho y majestuoso, antes de dar al mar.

 Cuando llego a Deltebre, me dirijo al albergue, pero está lleno y tengo que buscar un hostal. Antes de ello me encuentro con Elena y José Mari, unos amigos de Zaragoza a los que hace mucho que no veo. Tienen prisa porque solo tienen ese día para visitar el Delta, así que enseguida nos despedimos.

 Por la tarde doy un largo paseo por ambas orillas del río Ebro y me entretengo escribiendo algo:
 Estoy en el Delta, al final de un camino que transcurre junto al Ebro. El aire es más que brisa, pero menos que viento. Resulta tan agradable que lo incluyo entre esos aires deliciosos que merece la pena disfrutar en calma y pararse en ellos a escribir. Bajo las copas de los álamos domesticados hay casitas de pájaros que se cimbrean. En el agua del río hay guiños alegres que bailan con su luz, intensa pero a la vez fugaz. Una barca atraviesa a lo ancho el agua color plata. Es una perla negra, irregular, en movimiento, con la misma alegría de los breves destellos que reflejan el sol. Siento la brisa acariciándome entero y las palomas juegan a quererse, danzando acordes la danza de un amor estival. Parecen imitarse una a la otra, como niños traviesos, olvidados del mundo, atentos tan solo a sus deseos de acariciar el aire con sus alas y amarse sin codicia, sutilmente, como el beso de las olas del río a sus orillas, tan suave y tan profundo que, necesariamente se repite, por el amor eterno que se tienen, el agua y las húmedas cinturas de la tierra que alberga los hogares de las aves más pequeñas. No quiero levantarme, me quedaría aquí, sintiendo los suspiros de un aire que me ama. Roza mi piel con la ternura tibis de una bondad sin nombre. Es de esas sensaciones que deseo, con ganas, me acompañen el día que me vaya definitivamente en brazos de una brisa fluvial y dulce, además de salada y marina, tan densa que me pueda con su sensualidad, tan dulce que pueda seducirme con su alegre murmullo de adiós sin despedida.
Viejos embarcaderos de madera y a lo lejos las estribaciones de la Costero Catalana.
A lo lejos, el ouente que atraviesa el Ebro`por Deltebre.



Diferentes imágenes del puente de Deltebre.



Pescadores y hortelanos


Adelfas junto al Ebro.
Pintada en uno de los pilares del puente








El puente de Deltebre iluminado
 
 

Amanece en Deltebre y sus luces se reflejan limpiamente en el agua quieta del río más caudaloso del país, remansado, lento en su transcurrir hacia el mar, ya muy cercano.




La orilla tiene un aire tropical. Me recuerda vagamente algún río africano