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martes, 13 de agosto de 2013

Cala Monjoi a la vista

Tanto ésta como la playa siguiente (Calitjá) no salen fácilmente en los mapas, ya que su accesibilidad no es tan cómoda como la siguiente, Cala Montjoi, que si está en los mapas es gracias a la presencia del Bulli, el famoso restaurante de Ferrán Adriá. La llegada a Cala Montjoi me resulta inaudita porque la senda de la GR92 desaparece de repente, como por ensalmo y hay que seguir el rastro de otros perplejos, hasta que, al final, me veo obligado a remontar hasta la pista. Me acuerdo entonces de los seis o siete millones de subvención con que han sido obsequiados varios insignes cocineros con dinero público, entre ellos Ferrán Adriá, y al primer coche que pasa con la ventanilla bajada, le grito “Macagüen el Bulli de los cojones”. Al parecer no es de mucho interés que viajeros mochileros, quienes jamás se gastarán los tropecientos euros que cuesta el cubierto en el reputado restaurante, tengan fácil el acceso a tan insigne lugar. Quizá es solo coincidencia, pero es otro sinsentido más de los que pare este país a diario
Playa de Calitjá


Tras la Badía de Joncols, el camino de la GR92 deja a la izquierda un gran promontorio que acaba en las islas Mónicas, el cap de Norfeu, muy agreste y vestido de un  pinar a corros. Por primera vez me encuentro con una pareja que hace el mismo camino que yo, aunque sea al contrario. Es un trozo agradable de andar porque la hierba es alta y los pinos proporcionan su preciosa sombra al mediodía. Hay alguna pequeña playa, casi inaccesible y varias de ellas muy agradables, antes de llegar a Cala Montjoi; entre ellas están cala Callitjás y Cala Pelosa, , de gran tradición pesquera y protegida de la Tramontana por el Cap Norfeu. Por esto último sirvió como refugio  de las barcas de pesca. En esta playa paré a almorzar en un chiringuito que en ese momento gozaba de una sombra fresca y deliciosa. El de los lugares a los que me apetecería volver para disfrutarlo con más detenimiento.
Cerca de esta playa se instaló un campo de concentración republicano, durante la Guerra Civil.
Llegando a Cala Pelosa

El desembarco guiri en cala Joncols


Llegada a Cala Joncols

Bancales, cerca de la bahía de Joncols


A nuestra izquierda, mientras ascendemos, dejamos a la izquierda la playa de sa Conca y unos islotes con el difícil nombre de “Es Cucurucuc de sa Cebolla”, enclavados en la punta del Cap de Norfeu
Despues de una larga y muy inclinada pendiente, llego a Cala Joncols. En el momento de llegar todavía es temprano y Cala Joncols parece un lugar idílico, con unos pocos coches que han llegado hasta allí por un camino sin asfaltar. Tan solo unas pocas casas con jardines la rodean. Un joven qu encuentro junto a un rimero de canoas me revela la presencia de una fuente en el extremo sur de la pequeña playa. Me dice que no a todo el mundo se lo dice para que no abusen. Resulta ser una fuente que tiene por tapón un palo que hay que sacar del agujero para beber. Es una playa de piedra menuda en la que aprovecho para darme un baño. Después de refrescarme, emprendo la subida, pendiente y sinuosa y cuando llevo poco más de cien metros oigo el rumor de un barco de recreo que se acerca a la cala y a los pocos minutos desembarca unos doscientos jóvenes extranjeros, a los que a buen seguro, han vendido la excursión como una visita a una playa virgen. Menos más que ya no estoy allí. Aquel desembarco de ruidosos guiris que rompen el encanto de la soledad y el silencio es el primer choque con la realidad de una costa invadida a oleadas. Imagino que vienen de Lloret, Blanes o San Feliu de Guixols, donde las playas rebosan en los mediodías.
Aspecto estepario de los márgenes del camino de Cadaqués a Rosas

Muros de piedra seca, la Bahía de Cadaqués y el Cabo de Creus al fondo


El camino de Cadaqués a Rosas me produce una sensación semejante a la de adentrarme en el que me llevó al Cabo de Creus. Los muros de piedra seca y los bancales se extienden interminablemente, como restos de una ocupación casi total del espacio. Se ven olivos y alcornoques, el resto es monte bajo, compuesto de lentiscos, romeros, esparragueras y pantas aromáticas. Paso junto a una masía en reconstrucción y otra a cuyo costado hay grandiosos bancales que ocupan casi toda la superficie de una enorme ladera. Aunque están abandonados, parecen conservarse íntegros…
Barcas de Cadaqués, al amanecer


La salida de Cadaqués a poco de amanecer, es un paseo agradable. Solo se ven rezagados de la noche que me miran y se extrañan de verme a esas horas con la mochila al hombro. Es un contraste grande respecto a las tardes, en las que una gran masa de turistas se pasea incesantemente por el paseo marítimo y las callejuelas en torno a la iglesia. En algunas de ellas, las buganvillas que se ven son auténticos árboles. En la iglesia hoy hay entierro y en su puerta se mezclan los turistas con los deudos y familiares del difunto. Se ven muchos gatos sestear en los bancos de la plazoleta. En la parte interior de una ventana veo dos gatos pequeños y fuera hay una caja en la que cuelga un cartel que dice “Donativo para los gatos de Cadaqués”. Tal vez, pienso, llegó a ser en su momento una especie en peligro de extinción por estos lares. Al salir de Cadaqués veo a una mujer que le lleva pan a las gaviotas. Aquí son de las grandes y están todo el día alborotando, en espera de su ración de pescado (En Rosas no atisbaré a ver ninguna).