El
camino de Cadaqués a Rosas me produce una sensación semejante a la de
adentrarme en el que me llevó al Cabo de Creus. Los muros de piedra seca y los
bancales se extienden interminablemente, como restos de una ocupación casi
total del espacio. Se ven olivos y alcornoques, el resto es monte bajo,
compuesto de lentiscos, romeros, esparragueras y pantas aromáticas. Paso junto
a una masía en reconstrucción y otra a cuyo costado hay grandiosos bancales que
ocupan casi toda la superficie de una enorme ladera. Aunque están abandonados,
parecen conservarse íntegros…
LOS CABALLITOS Solo una vez al año, por septiembre, cuando aún jugábamos todos los días en la calle hasta hacerse de noche, llegaba el tiovivo, el único que adornaba la pequeña feria de barracas que durante tres días animaba la esquina entre la carretera, la Florida y los Soportales. Junto a él, la churrería de Lorenzo, donde supe por primera vez a qué sabían los churros. Me gustaba aplastarlos en el azúcar del fondo para endulzarlos. No eran muchos y por eso los degustaba despacio, mientras miraba dar vuelta al tiovivo de los caballitos. Así llamamos en adelante a todas las ferias, fuera grande o pequeña, los caballitos. Entonces todos eran caballos de madera fijados a una barra, subiendo y bajando. No había ambulancias, ni coches de bomberos o de carreras, motos o aviones. Eran caballos blancos, negros, tordos, pintados con colores brillantes y llamativos que se reflejaban en los fragmentos de espejos colocados como mosiacos, multiplicando las imágenes, las...
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