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lunes, 22 de agosto de 2011

¿ADIVINAN?

¿ADIVINAN?

Era mucho más tarde que la amanecida.
Junto al desayuno que me trajo el empleado del hotel, ví su cara.
Otra vez ese bigote espeso que empieza a clarear.
Estaba en la portada, sentado en el suelo " a la americana", según rezaba al pie de la imagen.

Ya no solo  era la sombra alargada flotando permanente sobre su heredero.

Era su imagen rotunda, recordando los pies sobre la mesa en el cuarto de estar de su querido Jorge.

Ayer decía ofrecerse para acabar con el populismo que invade el cono sur del continente hermano.

Hoy él mismo era la viva imagen de un populachero almidonado.

Me pellizqué dos veces, por ver si despertaba, pero no, no estaba dormido. Allí siguió su cara, como si no se hubiera ido, ni estuviera dispuesto a hacerlo nunca.

Allí siguió su cara como una pesadilla.

KABUL

KABUL
Amaneció de nuevo entre las ruinas.
Otra vez vi tu rostro carcomido
el gris de tus paredes sin esquinas
a las que el sol no curará del frío.

Las que ayer fueron casas, hoy son cuevas
excavadas a mano en los escombros
sin ventanas para mirar estrellas
ni otra luz con que aliviar los ojos.

Quedó la guerra pintada en los umbrales.
La paz sombría no se llevó el burka.
Dejó las minas en los arrabales.
Hoy ninguna cometa el cielo surca.

Aún postrada, te pone como ejemplo
el loco emperador que te visita.
Triste ciudad, ajada por el tiempo.
Para ser “democracia” ya estás lista.

Te quieren los señores de la guerra.
Te desean los fieros talibanes.
En tus campos se planta adormidera
para seguir armándose los clanes.

Heroína, pasada la frontera,
se riega por las calles de ciudades
que pagan sus tributos a la guerra
con adictos que mueren en sus calles.

Amaneció de nuevo entre las ruinas.
Otra vez vi tu rostro carcomido,
el gris de tus paredes sin esquinas
a las que el sol no aliviará del frío.

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR


Aún no había visto “El jardinero fiel” y hace poco que leí la novela. La película tiene el mismo tratamiento de “puzzle” que la novela. También deja el mismo regusto amargo de un África sin soluciones, campo de pruebas de las multinacionales, paraíso de la corrupción a gran escala, un espejismo cada vez más poblado, donde la muerte campa a sus anchas.
Junto a la belleza mineral del lago Turkana, la fealdad muchedúmbrica del barrio de Kibera, en Nairobi, rebosante de gente. Entre la basura y la pobreza, los cantos y la frágil sonrisa de los niños.
Son estos extremos los que encierran la seducción que África ejerce sobre mí y creo que, también, sobre otros muchos.
A pesar de las selvas arrasadas, hay semillas prestas a germinar.
A pesar de la presencia de la muerte en tantos sitios, la vida rebosa en multitud de rostros que albergan esperanzas.

Hay dos escenas que no están en la novela, que considero clave en la película.

En la primera el protagonista, desde su cuatro por cuatro deja marchar a un niño de doce años, con su sobrino recién nacido en brazos, a pesar de que deberá andar cuarenta kilómetros a pie hasta llegar a su aldea.

En la otra, el piloto de un avión hace descender a un niño y lo deja a su suerte en una aldea atacada por bandidos (Ya sabemos como las gastan en Darfur).

En ambas escenas, la razón para no involucrarse es que si ayudan a un africano, debarán hacerlo con millones y eso no es posible.

Algo parecido sirve de polémica entre periodistas. ¿Vale más la foto y no inmiscuirse, que salvar una vida cuando es posible, aunque se resienta la noticia?

¿A qué se debe el hombre si no es a sí mismo?

A la hora de la verdad no parece ser así.
Siempre aparecen escudos que nos protegen y nos justifican para no hacer nada.

Mientras tanto ha reventado otro oleoducto en Nigeria (cerca de Lagos). ¡Tanta riqueza alimentando cada vez más pobreza!




África no es solo un campo de pruebas en cuestiones de salud. Muchos piensan que el SIDA fue el fruto de algún experimento. Las ciudades crecen tan rápido que los nuevos habitantes no tienen lugar de acogida ni un mísero trabajo. El fenómeno no es nuevo pero lo explosivo de la situación tal vez si.
Si es nuevo el desarraigo de los niños soldados, a los que se unen los millones de huérfanos del sida. También es cada vez más evidente la desintegración de familias y de aldeas.

Siempre tendemos a eludir las conexiones entre el petróleo africano que consumimos y la pobreza de los que lo ven pasar ante sus narices sin poder comprarlo ni consumirlo.
Tampoco solemos dar mucha importancia a la relación entre el tráfico de armas a gran escala y la huida que provocan las guerras (hechas con esas armas) hacia nuestra sociedad del bienestar. Tampoco pensamos de donde provienen los diamantes que lucen los ricos entre ricos, ni en las manos cortadas que ha traído consigo su recolección, ni en la gente que han obligado a desplazar.

Tenemos tendencia a pensar en Africa como un continente condenado, a pesar de que son cada vez más los que se acuerdan de que existe.

Tal vez queda solo la esperanza de no sucumbir entre el óxido y la sal del Turkana.

No permanecer inertes, como una piedra más que nunca dijo nada.

Estreno de año viejo

Estreno de año viejo


No ha tardado mucho este 2006 en atraer nubarrones a un comienzo “tranquilo”. No puedo dejar de escribir del Medio Oriente, ni tampoco de África. El petróleo es el hilo conductor que acerca historias lejanas en el espacio pero gemelas en la esencia. La escasez de energía nos acucia para buscar salidas que permitan asegurar el suministro, adecuado al estándar de consumo adquirido. Las reservas dan síntomas de reservarse aún más. Se encarece cada día el acceso a ellas. Calefacciones a gas, millones de coches funcionando con derivados del petróleo. Se replantean algunos países volver a abrir nuevas centrales de fisión.

Lo que yo me pregunto es: ¿Por qué los nigerianos intentan asaltar conducciones o depósitos de petróleo?

La respuesta es compleja, pero una razón fundamental es el precio que  le cuesta a un nigeriano su propio petróleo.

Sobre el Delta del Níger se han instalado las compañías extranjeras de extracción y lo están machacando, lo mismo que a sus gentes.
Tal fue el caso de Ken Saro Wiwa, escritor asesinado, perteneciente al pueblo Ogoni, uno de los que habitan el gran Delta del Níger.
Este pueblo protestó contra la contaminación de sus manglares y el envenenamiento de sus tierras a causa de la explotación irracional y poco respetuosa de los pozos de petróleo.

¿Seremos capaces los humanos de dejar de avasallarnos entre nosotros mismos algún día?