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miércoles, 15 de abril de 2020

Aunque este texto ya tiene un tiempo, no deja de estar vigente. Más aún parte de lo que aparece reflejado se agudiza en estos tiempos de pandemia vírica

DESDE EL TIOVIVO

En este tiovivo en que se ha convertido el espectáculo de la política española, somos como niños grandes subidos al caballito que da vueltas y vueltas, rodeado del mismo paisaje monótono y constante, en el que se repiten las mismas caras, los mismos gestos y las mismas proclamas una y otra vez. Mientras giramos vemos en primer plano apenas una docena de rostros que solo pronuncian las mismas frases. Oímos España se rompe varias veces en cada vuelta, hay por lo menos un golpe de estado del independentismo, ayudado por un radical llamado Pedro Sánchez, al menos una vez en cada giro y la palabra Cataluña flota como notas sueltas de un pentagrama, desde muchas gargantas y en muchos tonos diferentes, formando una barrera casi infranqueable que obstruye la visión de lo que hay detrás.

Casi en ese mismo primer plano, caras de tertulianos, de presentadoras y presentadores famosos que juegan con esas mismas frases, las rebozan como croquetas, las analizan una y otra vez igual que los insectos a la visión de un microscopio. Tanta monotonía nos marea y nos produce nauseas, así que para mitigarlas intentamos mirar por entre los huecos que nos dejan esos personajes y acertamos a ver las peleas de gallos que interpretan sus seguidores. Entrevemos codazos, zancadillas, alguien que muerde a otro la oreja, algún tirón de pelo. Casi todos en ese segundo escalón parecen agitados, turbulentos, excitados por llegar a asomar sus cabezas entre los espacios que dejan libres sus líderes, quienes parecen ajenos al guirigay, como si no fuera con ellos. Después de la tormenta, a  los heridos y magullados vencidos se les ve marchar resignados o volviendo la mano alzada como amenazando con volver o querellarse en los tribunales. Poco a poco la tranquilidad se impone y a ese segundo plano asoman personajes con pinta de banqueros que se colocan estratégicamente en ese mismo plano. Provocan que los que están delante miren de reojo para tener seguridad de que ya están allí sus valedores.

Pronto deja de tener interés para los que siguen girando aquel grupo y miran más allá, donde la vida parece transcurrir ajena al volteo incesante del tiovivo. Más allá de ese muro de aspirantes a ocupar la barrera que casi tapa la visión de lo que hay detrás, se ven escenas entrecortadas de la realidad. Gente que abandona sus casas, desahuciados por haberse quedado sin trabajo o por ser las víctimas de esos fondos buitres a los que se la suda dejar gente en la calle, cuando les doblan el valor del alquiler. Dependientes que mueren esperando una ayuda prometida e incluso comprometida por los miembros del Congreso y convertida en ley. Mujeres que mueren por una violencia machista que no todos los jueces acaban por tomarse en serio y que algunos descerebrados ponen en entredicho a pesar de la evidencia. Ancianos que atienden a sus hijos y a sus nietos como el último asidero contra la falta de trabajo y oportunidades con su menguada paga. Inmigrantes que pasan sus días en los Centros de Inmigración, tratados como delincuentes, esperando eternamente a ver que hacen con ellos. Todos los que no llegamos a ver porque se ahogan intentando cruzar el ancho mar después de haber cruzado el más vasto desierto. Miles de jóvenes con estudios que han tenido que dejar el país para trabajar en cualquier cosa, llevándose con ellos el deseo de acabar por hacer lo que les gusta, pero fuera de aquí, donde sin duda necesitamos su talento. Gente sin techo que malvive por doquier, mientras los pisos vacios se cuentan por millones y sube de nuevo el alquiler hasta cotas impagables para muchos. Todo esto y mucho más es un murmullo apenas audible al que apagan todos los exabruptos, todas las mentiras que nos escupen a la cara cada día, para encabronarnos, para meternos miedo, para sembrar aún más la semilla de la desidia.

Aunque desde ese tiovivo se vean sobre todo los árboles del primer plano, deberemos llegar a ver el bosque, no para cagarnos en todo (que también cabe), sino para darnos cuenta de quién intenta alejarnos más de la realidad y vendernos mentiras peligrosas que lucran a unos pocos y a los demás pueden acabar haciéndonos cada vez un poco más esclavos. Quienes quieren eso sabemos quiénes son, porque ya se han vendido anteriormente y volverán a hacerlo, pero con más violencia y prepotencia si es que cabe a la hora de obedecer la voz y los deseos de sus amos.

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