LA SAL DE LA TIERRA
Sebastiao Salgado, uno de los
grandes fotógrafos a caballo entre los siglos XX y XXI y su fascinante vida son
los protagonistas de un documental relizado por Win Wenders titulado la Sal de
la Tierra. Sebastiao Salgado, brasileño de nacimiento, se fue de Brasil a finales
de los años sesenta junto a su mujer, Lélia, a París para trabajar como
economista. Allí la fotografía se cruzó en su camino y fue tal el flechazo que
decidió, junto a su compañera, dedicarse por entero a capturar imágenes
valiosas que dejaran testimonio veraz del mundo que le ha tocado vivir. Su vida
puede interpretarse como un carrusel, un tiovivo o una montaña rusa, en la que
tras dar continuas vueltas y tras tanto sube y baja, acaba por volver al punto
de partida al concluir el viaje. La vida dura, desde luego, algo más que un
viaje en una atracción de feria, pero a la postre y simbólicamente, la vida
humana es corta y aunque nos parece poder saber de dónde venimos, desconocemos
por entero nuestro destino más allá de la muerte.
Su obra como fotógrafo ha sido
un viaje continuo entre la vida y la muerte. Desde pueblos perdidos de los
Andes como los Saraguros, donde algunos lo consideraban un enviado de los
dioses para observarlos, pasando por los Mixes de Oaxaca y Tarahumara
mexicanos, recorrió en los años setenta y ochenta, cámara en mano, buena parte
del continente americano. Fotografió el norte de Brasil, la manera de encarar
la muerte de sus niños y la vida dura de un sahel americano duro, seco y pobre.
De allí pasó a plasmar las hambrunas de Etiopía y Mali que diezmaron sus
poblaciones y dejaron imágenes indelebles
sobre una de las lacras humanas evitables y que hicieron conocer aún
más a Salgado la condición cruel del ser
humano, pero también la contraria, la
altruista de la mano de los miembros de Médicos sin Fronteras. La pobreza
invisible fue la principal protagonista de sus fotografías durante esos años.
Tanto el libro de las Américas como el del Sahel africano los publicó en 1986.
Los siguientes años trabajó en
un nuevo proyecto, al que tituló “Trabajadores”, en el cual aparecían los
desguazadores de barcos de Bangladesh, los mineros del azufre de Indonesia o
los garimpeiros de la Sierra Pelada, que evocaban a ojos de Salgado la
construcción de las Pirámides. Allí aparecían las nuevas formas de esclavitud a
las que se someten muchos seres humanos para sobrevivir.
Entre el noventa y tres y el
dos mil recogió el movimiento masivo de personas desplazadas y las migraciones
masivas provocadas por la hambruna, las guerras, los desastres naturales, el
deterioro ambiental o la presión demográfica. Recorrió la India, Vietnam,
Filipinas, Sudamérica, Palestina, Irak, la antigua Yugoslavia y nuevamente
África (Rwanda y la República Democrática del Congo, sobre todo). En este nuevo
trabajo constató definitivamente la extrema violencia que el hombre ejerce
sobre el hombre. En Goma fotografió grandes máquinas excavadoras enterrando los
muertos por centenares y miles. Como él mismo dirá me asomé al corazón de la
oscuridad hasta llegar a enfermar del alma y dejar de creer en el género
humano y pensar que fuera posible su salvación como especie. De esta
experiencia llegó a publicar “Migraciones”, “Niños” y “Éxodos”.
En este largo tiempo había
tenido dos hijos y la hacienda de su padre había sufrido una larga sequía que
había convertido lo que Sebastiao recordaba como un paraíso en una estepa, sin
árboles, sin agua. Lélia tuvo la idea de replantar las seiscientas hectáreas de
terreno con más de cien especies de árboles de bosque atlántico y se creó el
instituto Tierra que ha logrado en estos últimos quince años la plantación de
millones de árboles. Esta regeneración de una tierra yerma supuso para Salgado
un resquicio con el que volver a confiar en la especie a la que pertenece. Le
dio también la inspiración para afrontar un nuevo proyecto, Génesis, en el que
pasó de ser el fotógrafo de lo humano a retratar de forma magistral, lugares en
los que el hombre no ha dejado su huella, ni ha sembrado el caos o la tragedia.
Plasmó en sus fotografías montañas, desiertos, océanos, animales y
pueblos que han eludido la impronta de la sociedad moderna: la tierra y la vida
de un planeta aún virgen. Tanto el proyecto GÉNESIS como el Instituto Terra,
fundado por Lélia y Sebastião Salgado, se proponen mostrar la belleza de nuestro
planeta, revertir el daño que se le ha causado y conservarlo para el futuro.
Es posible que a sus setenta y cinco años no le queden a Sebastiao
Salgado grandes viajes por hacer ni grandes obras que realizar, pero su vida ha
sido un carrusel que ha ido del paraíso al infierno y una vuelta a
reencontrarse de nuevo con el paraíso perdido, con la esperanza de que es
posible aún revertir todo el daño que el ser humano ha infligido al planeta.
Todo un ejemplo del camino a seguir para dejar un planeta suficientemente
habitable a las generaciones venideras.
Sobre Sebastiao Salgado
Biografía
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