Por
inundar de agua las riberas,
y
repoblar de pinos las laderas,
llegó
la soledad para habitar
las
heridas abiertas de las casas.
La
rapiña se cebó en los dinteles,
los
arcos, y el alma de madera.
Viento
y lluvia hicieron el resto.
Veinte
años resiste una familia
junto
al esqueleto descarnado
de
lo que fue su pueblo.
Del hogar en silencio, no deseado
ResponderEliminarEl rescoldo guardado, da su calor al tiempo esperado