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jueves, 15 de agosto de 2013


El día 17 de julio, domingo, se puede decir que he comenzado a penetrar en el meollo turístico. Después de dejar el camping Ampurdanés, de amanecida, (como no con su currante de mantenimiento rumano y, tal vez, sus limpiadoras sudamericanas, como en los campings de Colera y de Port de la Selva), he recorrido todo el paseo marítimo de Rosas, hasta que el primer aigüamol me ha cortado el paso y he tenido que abandonar la carcanía de la playa. Por suerte he encontrado un sitio agradable en el que desayunar, regentado por una mujer joven, de aspecto dulce y simpática y un negrito amante de reagge, que era quien servía las mesas. Me he acordado de cuando Mamen estuvo trabajando por aquí un par de temporadas. El croissant calentito estaba de vicio. Ha sido un buen intermedio para un posterior largo recorrido circunvalando la mayor urbanización europea permitida y construida sobre algo semejante a unos pantanos. Resulta algo fatal para el caminante, que no encuentra el puente adecuado para cruzar y seguir camino.Uno se ve obligado a alejarse hasta la carretera que lleva de Rosas a Besalú. Bien temprano ya se ven navegantes que calientan los motores de sus lanchas a motor acuáticas para salir luego hasta el mar a hacer trompos y carreras desaforadas. La agencia inmobiliaria Hoffman tiene carteles de venta por todas partes, pero el acento que más escucho es el francés, de hecho una de las personas que interrogo para encontrar la salida de Ampuria Brava, hablaba esa lengua y parecía ser francés.

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