Tras
coronar el cerro sigo un camino llano que pasa junto a unas construcciones de
ladrillo abandonadas. Por su aspecto, ni siquiera servirían para darme cobijo
una noche. Su aspecto además de ruinoso es lamentable. Atravieso la carretera
de Port Bou a Colera en su punto más alto y sigo una senda que, según el
cartel, me llevará hasta Colera. Nada más reanudar la marcha, oigo a mis
espaldas la voz de uno de los guiris que dejé más abajo. Le digo en francés que
equivoqué el camino y llevo prisa. Enseguida los pierdo de vista porque quizá
descienden por la carretera. Me cruzo con alguien que parece habituado a hacer
esa senda. Más tarde, cuando al volver me alcanza, me cuenta como
desaparecieron los bancales que servían de asiento a las viñas. Me fijo y aún
se ven pequeños e irregulares muros que retienen espacios minúsculos de tierra
que, apenas darían para unas pocas cepas. Si no hubiera sido por mi
acompañante, tal vez no me hubiese percatado de la presencia de los restos de
aquel tiempo en que la filoxera diezmó una buena parte de aquella precaria
economía de subsistencia.
La
existencia de viñas se remonta al siglo VI antes de Cristo, con la importancia
que adquirió Ampurias, ciudad que dará nombre al Ampurdán.
La
plantación de viñas trajo consigo en los siglos XVIII y XIX un notable aumento
demográfico, en un paisaje de cipreses, barracas, muros y bancales de piedra
seca. La filoxera, que apareció en 1879, en una viña de Rabós d´Empordá ,
arruinó la prosperidad de los vinos ampurdaneses. Después de ello, la viña no
volvió a recuperar toda la tierra que ocupaba antes de la plaga. Lo que
permitió la adaptación al terreno de la vid fue, por una parte el efecto
beneficioso que causa el viento en la salud de las cepas. Además de ello, los
inviernos son suaves y la pluviosidad media (sobre los 600mm anuales). Antes de
la filoxera también fueron atacadas las viñas por el oídio, al que llamaron en
Cataluña “malura vella” y hoy se denomina fumadura. Lugo también apareció el
mildiu, antes de la letal filoxera.
Viñas
fantasmas
solo
quedan las piedras
que
os sustentaban
Bajo
la senda
son
los viejos bancales
camaleones
La
tramontana
no
roza las chumberas
las
zarandea
El
horizonte
es
una línea blanca
que
bate el viento
Colera
es un pueblo de apenas dos calles muy largas, eso sí atravesadas por un
viaducto en el que atruena el tren cada vez que pasa. La tramontana sopla con fuerza
en el puerto, donde apenas hay gente cuando ya anochece. El camping está lleno
de franceses que celebran con música la víspera del 14 de julio, su fiesta
nacional. Me cuesta dormir, a veces por el viento, otras por las piedras que
hay bajo el suelo de la tienda de campaña.
Me
levanto a poco de haber amanecido. Desayuno ciruelas y peras, antes de
emprender la marcha que me llevará a Port de la Selva
Encuentro
una noticia curiosa del 6 de julio de 2004 en la que se informa sobre la
explosión controlada de la segunda mina submarina, probablemente alemana,
encontrada en las cercanías de este pueblo por unos submarinistas. Cuando
encontraron la primera, ésta debió ser transportada mar adentro y se desalojó a
más de doscientas personas por precaución. Esta mina tenía unos 120 cm de
diámetro y unos 200 kilos de peso. La segunda se calcula que tenía unos 300
kilos de dinamita y ambas provenían con casi total seguridad de la segunda
guerra mundial.
También
es curioso el motín que, al parecer se produjo a cuenta del primer proyecto de
construcción del viaducto, en enero de 1878
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