De
vuelta en Port Bou, compro algo de fruta, unas ciruelas, dos melocotones y dos
peras, además de una botella de agua. El tendero me indica donde he de tomar el
camino hacia Colera.
El
pueblo de Port Bou resulta acogedor en su paseo y en las calles principales que
van a dar al mar. No encuentro allí las señales del turismo costero de más al
sur, ni el exceso de ruido, ni los puestos numerosísimos de bisutería barata y
ropa, ni las multitudes que pasean al atardecer, oliendo a bronceador. Parece
un lugar anclado en un tiempo amable y acogedor. Quizá el hecho de que sus
playas sean de piedra y no de arena, ayuda. Por otra parte, pensar en el paso
de miles de fugitivos republicanos, camino del exilio, genera un aura especial,
que no ensombrece la radiante luz que inunda el mar y hace brillar los
edificios blancos de un pueblo venido a menos en su número de habitantes. De
cinco mil que tuvo han pasado a apenas mil quinientos. Una auténtica excepción
en la Costa Brava, donde la presencia humana, en general, no ha dejado de
crecer, hasta rebasar, en algunos casos, lo permisible en cuanto al buen gusto.
La memoria de Walter Benjamin, quien murió en esa localidad el 26 de septiembre
de 1940, en su huida de los nazis, aumenta la sensación de santuario laico, de
lugar especial, que merece nuestra atención y el hecho de que nos detengamos.
¿Por
cuál de esos senderos que descienden de forma vertiginosa desde Francia,
llegaría el filósofo alemán y por cuáles se marcharon las mujeres y hombres
republicanos? Unos y otros no tendrían ojos para el agreste paisaje que les
recibía o les despedía. A unos les haría más penoso el último repecho, mientras
al otro le abriría un espacio de luz, tras el oscuro miedo que parecía quedarse
atrás, a la otra parte de los cerros fronterizos. (ruta
Lister, la que siguió Walter Benjamin para llegar a Port Bou)
En una habitación de la fonda que se llamaba entonces Hotel de
Francia y hoy Casa Alejandro, murió el pensador alemán. Nadie sabe con certeza
cuál fue la causa verdadera de su muerte.
El artista judío Dani Karavan construyó en su memoria unas
escaleras que van a dar al mar, el último paisaje que, tal vez, contemplara
Walter Benjamin en su viaje interrumpido. El título de la obra es Passages.
El
camino hacia Colera comienza por encima del puerto, de forma abrupta. Nada más
empezar me encuentro a dos personajes con sendos perros. Subo junto a ellos
varios cientos de metros, hasta una pequeña explanada de cemento, en la que se
detienen porque el más viejo está deseoso de fumar, a pesar de la pendiente. Yo
sigo adelante, pero me llaman para que les diga si van bien para Blanes. No sé
por qué, pero no me gusta la cara del hombre mayor. Yo, por mi parte, no le
gusto a uno de los perros, que me gruñe abiertamente. Será por el palo que
llevo que en más de una ocasión me ha servido para asustar y alejar a canes
impacientes y gruñones. Tras asegurarles que van en la buena dirección sigo mi
camino hasta dar con la carretera que une Port Bou con Colera
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