A dos días del referéndum en Grecia las espadas permanecen en alto. Por una parte la del gobierno griego que, legítimamente pide el no contra una política que somete a su país al yugo permanente de una deuda impagable que hace a Grecia dependiente total de decisiones externas que saltan por encima del poder de decisión de los griegos, por otra la de los acreedores interesados en que la deuda se mantenga, así como está impagable, pero permanente, para que los bancos alemanes, franceses...puedan seguir tirando del ronzal cada vez que les plazca y decidir en la política interna de los países deudores. Les importa un bledo los perjuicios que supone para un pueblo ya muy castigado el perentorio pago de las cuotas leoninamente establecidas. O pagas o te asfixio es el único argumento. En cada país europeo, incluido Alemania, la desigualdad crece y son más los que la padecen, que los que se benefician de ella. Si no somos capaces de aunar esfuerzos para combatir esas desigualdades allí donde se den junto a nosotros, si dejamos pasar cada arbitrariedad, cada situación injusta sin abrir la boca, seremos coautores de un futuro cada vez peor para legar a nuestros hijos. Ahora es Grecia, pero también todos los países en los que ha crecido la pobreza y han sometido sus políticas al pago de deudas ilegítimas, infladas por decisiones políticas que nada tienen que ver con la democracia.
LOS CABALLITOS Solo una vez al año, por septiembre, cuando aún jugábamos todos los días en la calle hasta hacerse de noche, llegaba el tiovivo, el único que adornaba la pequeña feria de barracas que durante tres días animaba la esquina entre la carretera, la Florida y los Soportales. Junto a él, la churrería de Lorenzo, donde supe por primera vez a qué sabían los churros. Me gustaba aplastarlos en el azúcar del fondo para endulzarlos. No eran muchos y por eso los degustaba despacio, mientras miraba dar vuelta al tiovivo de los caballitos. Así llamamos en adelante a todas las ferias, fuera grande o pequeña, los caballitos. Entonces todos eran caballos de madera fijados a una barra, subiendo y bajando. No había ambulancias, ni coches de bomberos o de carreras, motos o aviones. Eran caballos blancos, negros, tordos, pintados con colores brillantes y llamativos que se reflejaban en los fragmentos de espejos colocados como mosiacos, multiplicando las imágenes, las...
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