PORT DE LA SELVA
Arriba
en lo alto, San Pere de Roda domina el paisaje desde su atalaya gris. Su masa
pétrea es casi engullida por el color de la ladera. Tras una larga herradura
que describe el camino de ronda, muy cuidado, se llega al faro, encarando la
agradable visión de Port de la Selva, un pueblo que se alarga, pegado a la
colina, coronado de pinos, con su puerto, más grande que los dejados atrás y
una iglesia que se eleva sobre el resto del blanco caserío. Se diría que, hasta
ahora, esta es la ruta de los pueblos blancos de Gerona. Pasado el camping de
l´Erola y la riera de Port, me paro en una sombra y bebo una botella grande de
Aquarius, sentado en un banco de cemento. El lugar, casualmente, lleva el
nombre de Placeta de Marcel Duchamp. El camping más cercano a Port no está
precisamente en un lugar bonito. Está alejado del mar y del pueblo a más de 1
kilómetro. Para llegar a él hay que tomar una carretera no muy ancha, sin
apenas arcén y dejar a la izquierda un polígono industrial.
Desisto
de subir a San Pere de Roda. El calor y lo empinado del trazado me disuaden.
Sin embargo me doy un largo paseo por el paseo marítimo hasta la Punta de la
Creu, volviendo por la parte de atrás desde la que se divisa la cala Tamariua y
los senderos que se pierden hacia el Cabo de Creus. Trepando por las rocas unas
abejas me dan un susto, al picarme de improviso en la mano tres de ellas, sin
haberlas visto. Menos mal que no me asusto demasiado porque la posición en la
que me encuentro resulta un poco arriesgada. Me pongo barro en la picadura y se
me alivia el escozor.
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