EL ORÁCULO
Siempre he entendido la voluntad como la fuerza interior que,
a alguien, le lleva a intentar cumplir sus deseos por encima de los obstáculos
y superando los propios miedos que se puedan tener al fracaso o a no llegar a
cumplirlos. La voluntad se ejerce mientras se camina hacia algo, mientras hay
algo que buscar o transformar.
Cuando oigo hablar a gente como Felipe González o José María
Aznar, pienso que ya no ejercen ningún tipo de voluntad propia (si es que
alguna vez la tuvieron), sino que por su boca habla solo el resultado de
aquello en lo que han llegado a convertirse. No sé si Felipe seguirá con su
afición a los bonsáis, donde quizá pueda continuar desarrollando un pequeño
espacio de voluntad para conseguir logros estéticos, al dar forma a un ser
vivo, aunque sea obligándolo a crecer de forma artificial. En el caso de Aznar
no sé si seguirá visitando los gimnasios.
En lo que se refiere a la voluntad atribuible a un político
(en muchos casos falsamente, como se ve de continuo), de perseguir el bien
común, González se traicionó a sí mismo y traicionó a todo un país, de paso,
con el referéndum de la OTAN, luego con la guerra sucia del GAL y más tarde
dejándose seducir por amistades peligrosas, de gente adinerada, que también han
hecho que desaparezca en él el más mínimo atisbo de esperanza.
Se han convertido ambos, directamente, en muñecos manejados
por parecidos ventrílocuos. Siguen ocupando tribunas privilegiadas, en las que
sus palabras tienen aún demasiado eco. Se han convertido en una especie de
budas, cuyo oráculo previsible está, no solo caduco sino difunto. Sin embargo,
sigue escuchándose lo mismo que se ve la luz de esa estrellas muertas hace
años, pero que seguimos viendo a pesar de estar apagadas hace tanto.
Lo peor es que uno y otro siguen teniendo beatos seguidores,
que atienden a su verbo, como si se tratase de un ritual religioso y lo que
dicen pueden tomarlo como la palabra infalible de los falsos profetas que
anuncian el apocalipsis, donde otros, mucha gente, ven una salida a tanto
despropósito.
Las coincidencias entre Aznar y González a la hora de
valorar a Podemos son tantas que ambos parecen obedecer a la voz de parecidos
amos. Las puertas giratorias no dan vueltas en vano porque aquellos que las
cruzan, no vuelven a saber jamás qué es
ir en metro, ni coger un autobús, ni pisar la calle sin el aliento de los
guardaespaldas en el cogote, ni pasear anónimamente por las aceras de su
ciudad.
Aznar repite los mantras de Irán y Venezuela, que para él
son suficientemente evocadores del infierno. Al fin y al cabo él siempre fue de
la mano de los que se inventaron en “Eje del Mal”, mientras descuajaringaban
literalmente países enteros con sus buenos deseos de extender la democracia.
Felipe González habla directamente a los de la izquierda
(Nunca le ha faltado labia), denominando a Podemos como Leninismo 3.0, en un
rasgo benevolente, ya que podía haberles aplicado directamente el calificativo
de estalinistas. Eso quizá lo deja para más adelante, por si tiene que recurrir
a adjetivos más gruesos, cuando la mayoría de sus propios correligionarios
caiga en la cuenta de que lo mejor que puede hacer a estas alturas es dedicarse
a la cría de bonsáis o seguir disfrutando de los puros y las vacaciones pagadas
por esas grandes amistades que le agradecen los servicios prestados de tan
buena gana.
La corrupción ha sido tan medular en el ejercicio del poder
en las épocas de uno y otro ex presidente que, de eso, mejor no hablar. Parece que dan
por seguro que la política va a seguir los mismos derroteros y que lo que hay
que temer (aunque nunca se diga) es el que se ponga en tela de juicio la
práctica habitual de las comisiones ilegales, el reparto político de la
representación en los órganos del poder judicial, el uso partidista de los
medios públicos de comunicación, el uso arbitrario de los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado para reprimir la libertad de expresión más que para
salvaguardarla, el gasto militar sin control parlamentario ni conocimiento
público previo, los negocios con países dictatoriales, las reformas laborales y
las leyes de educación sin ningún consenso, la sacralización de una
Constitución que ni siquiera se cumple (Aunque, eso sí, puede cambiarse por vía
urgente y sin consulta a los ciudadanos, en cualquier momento), el
mantenimiento del statu quo con una Iglesia que gasta más en adoctrinar y
anatemizar desde los medios que posee que de atender las necesidades de la
población más desfavorecida (a la que siempre ha dicho proteger), la
privatización de hasta la última empresa pública que controle el Estado para
que sea repartido entre collas de amiguetes con ganas de lucro rápido y más que
sustancioso.
Así podríamos seguir, enumerando las verdaderas razones de
por qué sigue hablando como lo hace el oráculo de los muertos- vivientes, que
se limita al empleo de adjetivos impactantes e imágenes de infiernos y gulags
tan contrarios a ese humano capitalismo que tan bien les ha tratado a ellos y
que les sigue mimando como a hijos predilectos que son, útiles, agradecidos y
obedientes. Ni siquiera les hace falta asegurarse el cielo que, al menos a uno
de ellos (Aunque los dos han hecho méritos para ello), Rouco le tendrá
prometido, porque lo han alcanzado aquí en la tierra, que es lo único que
realmente les importa.
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