Antes
de llegar a las primeras casas de Rosas encuentro de nuevo un búnker de los de
la línea P, llegando media hora después al camping Ampurdanés, el primero de
los que hay en este lugar turístico, donde la costa se domestica de manera muy
visible, masificando por vez primera lo que hasta ahora había sido un
transcurrir tranquilo por parajes más o menos vacíos de gente, al menos entre
población y población. El camping se encuentra junto a la playa de l´ Almadrava
o Canyelles Grosses. Tras montar la tienda, ducharme y reponer fuerzas, salgo a
pasear por las orillas del mar de Rosas. El paseo marítimo es largo y fácil de
pasear. Las edificaciones llegan prácticamente a pie de ola y se pueden observar perfectamente en los mapas de google maps. No va con ellas
ningún tipo de ley de costas. Son de esas a las que el actual ministro Cañete
ha amnistiado con los dos cojones que le caracterizan para hacer las cosas
según su criterio de inversionista inmobiliario y petrolero
LOS CABALLITOS Solo una vez al año, por septiembre, cuando aún jugábamos todos los días en la calle hasta hacerse de noche, llegaba el tiovivo, el único que adornaba la pequeña feria de barracas que durante tres días animaba la esquina entre la carretera, la Florida y los Soportales. Junto a él, la churrería de Lorenzo, donde supe por primera vez a qué sabían los churros. Me gustaba aplastarlos en el azúcar del fondo para endulzarlos. No eran muchos y por eso los degustaba despacio, mientras miraba dar vuelta al tiovivo de los caballitos. Así llamamos en adelante a todas las ferias, fuera grande o pequeña, los caballitos. Entonces todos eran caballos de madera fijados a una barra, subiendo y bajando. No había ambulancias, ni coches de bomberos o de carreras, motos o aviones. Eran caballos blancos, negros, tordos, pintados con colores brillantes y llamativos que se reflejaban en los fragmentos de espejos colocados como mosiacos, multiplicando las imágenes, las...
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