Allí
compro agua, una botella de aquarius de limón y un par de plátanos. Los
plátanos y el Aquarius me los arreo a la sombra, en un banco, junto a una
octogenaria francesa de pocas palabras, pero que me cuanta como ella también
había hecho montaña cuando era joven. El beberme el aquarius frío y entero de
seguido, me deja una sensación de frío interior que me dura un buen rato. Debió
ser también el rato que estuve a la sombra y el aire que soplaba
constantemente.
Una
vez reiniciada la marcha y después de largo rato bordeando el mar, el sendero
se prolonga hacia el interior, a través primero de un pinar y luego de una
estepa arbolada que se hace interminable.
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