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jueves, 22 de diciembre de 2011

ANDAR SOBRE HIELO

ANDAR SOBRE HIELO
Me gusta andar sobre el hielo, sentir por un rato la sensación de lejanía que produce su frío silencio en lo más hondo de los barrancos. No me ha gustado nunca, sin embargo, desafiarlo. Admiro a los que tienen el valor de arriesgarse a subir una pared helada o son capaces de adentrarse en la inmensidad de un desierto helado. Hace unos días hablaban en la radio sobre la conquista de la Antártida, en la que Roald Amudsen se adelantó a Scott, cuya vida acabó de forma trágica, muy cerca del lugar que acaparó sus sueños largo tiempo. Amudsen, que moriría años más tarde, siguiendo su instinto de eterno explorador, cedería parte de su fama, a la visión romántica y doliente de otro hombre que vivió la certeza de su muerte acercarse entre el hielo, una vez que todos sus compañeros de expedición ya habían muerto. Los humanos, tan dados a celebrar hazañas, trataron injustamente a Amudsen por haber sobrevivido, comiéndose a sus perros para no perecer. Scott confió su destino a la tecnología y prefirió buscar la gloria al estilo de las expediciones esponsorizadas de hoy en día, con mucha parafernalia de fotos y documentación. Amudsen, hombre ya bregado en tratar con el hielo y el frío fue más práctico y supo dar cabida a las enseñanzas de los esquimales, con los que había convivido durante varios años. La tecnología, sin duda, es útil, pero la experiencia puede serlo mucho más.
Hoy la Antártida sigue siendo el continente menos hollado. Aunque ya se cuentan por miles los turistas que acuden anualmente a visitarlo, sus posibles riquezas no son explotadas. El tiempo que queda de moratoria, sea quizá un tiempo decisivo para comprender que puede valer más la pena preservar  lo mejor del planeta, sus reservas de agua, sus bosques, que crear una riqueza efímera que no contribuya a hacernos más felices y más sabios, sino a enriquecer a esos pocos que nunca tendrán bastante aunque casi lo tengan todo.

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