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martes, 16 de agosto de 2016

Estoy en el Cap de Salou y parece que el siguiente tramo que me toca andar va a ser más agradable, tanto por la belleza de las playas como por la temperatura, que ya va templándose, a medida que el sol baja en el horizonte. Tras pasar el cap de Salou y el faro del mismo nombre, hay un saliente rocoso conocido como Punta Falconera y la Creueta. Se llega a Cala Crancs, que en su conjunto se le denomina Cala Morisca.

Como se puede observar Cala Crancs está rodeada de urbanizaciones, que poco a poco van inundando con su presencia el Cap de Salou.
La abundancia de bañistas no impide apreciar la belleza de los roquedales, con pinares que llegan al borde mismo de los acantilados
 La luz de atardecer convierte en plata la superficie marina, sin apenas oleaje. El palmito, a contraluz contrasta con el brillo que deja la estela del sol. Punta Grossa es un topónimo que se repite muchas veces a lo largo de toda la costa catalana.


Desde punta Grossa a la Punta del Porroig
 Cala Font. Sus dos pequeñas playas están a rebosar de bañistas.

Algunos tramos de roquedal recuerdan por su color a otros de la costa Brava, aunque sin su espectacularidad.
 Entre Cala Font y Punta Porroig
 Playa Llarga, antes de Punta Porroig. Una hora agradable para darse un baño o pasear descalzo por la playa.




En estos años de crisis, los rusos se han convertido en grandes inversores, aunque a día de hoy (2016), sabemos que esa tendencia ha empezado a remitir



.




La urbanización en Salou resulta evidentemente excesiva

 Sus edificios llegan prácticamente a la orilla misma del mar. La ley de costas que anunciaba un endurecimiento de las normas constructivas, hacia una menor permisividad nunca han tenido efecto en muchos sitios.
 La playa de Salou es una playa larga, a la que acuden miles de aragoneses cada verano.
 El contraluz de los troncos de los pinos crea una geometría natural que enmarca la luz del atardecer y del mar
 La noche se muestra en las luces que iluminan los paseos marítimos y la arena de la playa.










Estoy en el Cap de Salou y parece que el siguiente tramo que me toca andar va a ser más agradable, tanto por la belleza de las playas como por la temperatura, que ya va templándose, a medida que el sol baja en el horizonte. Tras pasar el cap de Salou y el faro del mismo nombre, hay un saliente rocoso conocido como Punta Falconera y la Creueta. Se llega a Cala Crancs, que en su conjunto se le denomina Cala Morisca.

Como se puede observar Cala Crancs está rodeada de urbanizaciones, que poco a poco van inundando con su presencia el Cap de Salou.
La abundancia de bañistas no impide apreciar la belleza de los roquedales, con pinares que llegan al borde mismo de los acantilados
 La luz de atardecer convierte en plata la superficie marina, sin apenas oleaje. El palmito, a contraluz contrasta con el brillo que deja la estela del sol. Punta Grossa es un topónimo que se repite muchas veces a lo largo de toda la costa catalana.


Desde punta Grossa a la Punta del Porroig
 Cala Font. Sus dos pequeñas playas están a rebosar de bañistas.

Algunos tramos de roquedal recuerdan por su color a otros de la costa Brava, aunque sin su espectacularidad.
 Entre Cala Font y Punta Porroig
 Playa Llarga, antes de Punta Porroig. Una hora agradable para darse un baño o pasear descalzo por la playa.




En estos años de crisis, los rusos se han convertido en grandes inversores, aunque a día de hoy (2016), sabemos que esa tendencia ha empezado a remitir



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La urbanización en Salou resulta evidentemente excesiva

 Sus edificios llegan prácticamente a la orilla misma del mar. La ley de costas que anunciaba un endurecimiento de las normas constructivas, hacia una menor permisividad nunca han tenido efecto en muchos sitios.
 La playa de Salou es una playa larga, a la que acuden miles de aragoneses cada verano.
 El contraluz de los troncos de los pinos crea una geometría natural que enmarca la luz del atardecer y del mar
 La noche se muestra en las luces que iluminan los paseos marítimos y la arena de la playa.









La playa de la Pineda es una más de tantas. En el momento de llegar se me hace apetecible por lo que dejo atrás, pero siendo viernes está de gente hasta los topes. Me siento en un sol y sombra de esos que el sol atraviesa a medias. Eso unido a la brisa que corre me hace sentir en la gloria, mientras engullo unos anacardos y estreno los dátiles que me saben de maravilla. Una familia gitana se sienta en el banco de al lado y escucho su conversación sobre alguien a quien le ha dejado tirado el coche. Una chica del grupo sugiere.
A lo lejos se ha quedado el duro perfil industrial de Tarragona y los grandes buques atracados fuera del puerto. Los bloques de apartamentos son aquí de cinco plantas.
A mitad de playa hay un grupo escultórico de arena. Se trata de un perro bastante feo y un sofá. Nada que ver con las virguerías que vi en la Costa Brava, dos años antes.

Varios chiringuitos plantados en la playa me traen a Cañete a la memoria.

Cuando acaba la playa subo por una zona de rocas, en las que hay apostados varias decenas de africanos, en espera quizá de que baje el sol para moverse con su mercancía de gafas, deuvedés y compacts, gorras y demás. Hay una valla colocada a escasos metros del mar, obligando a los que caminamos a ir por lo más difícil
 Una panorámica de la playa de la Pineda y un espigón que hay en su parte sur.
 Jóvenes africanos descansan en las rocas. Tras ellos, en la primera fotografía se ve la silueta de las atracciones de Port Aventura.

Digo adiós a la playa de la Pineda y al perfil de Tarragona.
 Al perder de vista la playa, hay un espacio de forma semicircular, totalmente desangelado. El suelo es plano, pero está lleno de adoquines y cascotes de obra, como si hubiese habido alguna construcción que luego se hubiera derruido. Irónicamente este saliente rocoso lleva el nombre de Rocabona.
Los acantilados que me acercan hasta una urbanización "privée", semejan una cantera y hacia el mar las rocas no son compactas, sino informes e inseguras para andar sobre ellas. Ello me obliga a calzarme al fin las zapatillas.

Llego a una pequeña cala, en la que hay un edificio mamotreto, al canto mismo del agua. A Este lugar se lo conoce con el nombre de la Cova del Lladre. La Cueva del ladrón, imagino que es su traducción.

Desde lejos me parece que está deshabitado y pienso que por fín, en algún lugar, se ha hecho justicia y solo falta demolerlo, pero me equivoco.

 Mientras me doy el primer baño veo habitantes asomados a los balcones que me confirman mi error. La cala es de piedras gruesas, pero después del calor que he pasado, el chapuzón de agua me hace sentir en el paraíso.
 Una última visión del camino dejado atrás.