Hace ya mucho tiempo que dejé interrumpido el viaje por la Costa Mediterránea, en ese periplo por capítulos cortos y con interrupciones que es circunvalar todo el perímetro costero peninsular. Me quedé recorriendo la parte sur de Tarragona, más allá del Delta del Ebro. En agosto de 2017 colgué en este blog una serie de fotos sin texto. Eso les hace perder parte de su valor, pues sin la ubicación y un mínimo de referencias, por si mismas no son gran cosa. Así que volveré a retomarlo donde lo dejé.
LOS CABALLITOS Solo una vez al año, por septiembre, cuando aún jugábamos todos los días en la calle hasta hacerse de noche, llegaba el tiovivo, el único que adornaba la pequeña feria de barracas que durante tres días animaba la esquina entre la carretera, la Florida y los Soportales. Junto a él, la churrería de Lorenzo, donde supe por primera vez a qué sabían los churros. Me gustaba aplastarlos en el azúcar del fondo para endulzarlos. No eran muchos y por eso los degustaba despacio, mientras miraba dar vuelta al tiovivo de los caballitos. Así llamamos en adelante a todas las ferias, fuera grande o pequeña, los caballitos. Entonces todos eran caballos de madera fijados a una barra, subiendo y bajando. No había ambulancias, ni coches de bomberos o de carreras, motos o aviones. Eran caballos blancos, negros, tordos, pintados con colores brillantes y llamativos que se reflejaban en los fragmentos de espejos colocados como mosiacos, multiplicando las imágenes, las...
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