También los juguetes forman parte del caos que se acumula en las orillas de ríos y pantanos. Muñecas que ya no se fabrican, aviones de madera de un tiempo difícil de precisar, prismáticos de pega, como aquellas cámaras fotográficas de las que salía la cara de un payaso, haciendo un ruido característico que muchos incorporamos a nuestros recuerdos de infancia.
Algunas muñecas han perdido el pelo artificial y dejan al descubierto los puntos de inserción. Me recuerdan a viejas esculturas yorubas en bronce, de cabezas rapadas.
Acaban teniendo un aura casi siniestra, como si nunca hubiesen formado parte de los juegos infantiles, sino de rituales extraños. El barro las va engullendo en su color y en su materia, con una costra que aún deja ver las facciones redondas de sus rostros inmóviles.
muñecos de plástico que representan animales que nunca dejan de sonreír, para que los niños los conviertan en sus compañeros de juego
Pelotas de tela de llamativos colores que se van apagando.
Pala de playa junto al pelo artificial de una muñeca
La carretilla desguazada.
No se sabe muy bien si se trata de plástico o madera
Otro muñeco de plástico de los tiempos del ordenador, Luigi, el amigo de Mario Bross (según me dice mi hijo)
Un arma de aspecto futurista
Aunque no se ven muchas, también las bicicletas forman parte de este mundillo de desechos, de objetos huérfanos que se oxidan, se deforman y se van quedando enterrados en el barro
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