
Por encima de la montaña de flores e incluso de la Virgen, siempre ella, la inefable, la que no se considera contingente y es como los gatos, siempre cae de pie, antaño como hogaño. La obscenidad bendecida.

El olmo de la imagen, La Olma, era un ejemplar de dicho árbol que, como tantos otros, murió por la enfermedad de la grafiosis. Los que la conocimos y disfrutamos, los que estuvimos albergados bajo su sombra, llegamos a amarlo como a un personaje más de un lugar diminuto, llamado Riocavado de la Sierra.
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