Los rastros del otoño. Desguazados los troncos de los álamos, al menos dan asiento al hortelano que consume las nueces del nogal cercano.
Parecen piedras blancas, adheridos a los troncos muertos que les dan cobijo. Algún hongo se funde con el plástico y lo engulle, incorporando su materia extraña a su concha invernal.
Las hojas de las plataneras parecen de cartón y caerán muy pronto, en cuanto el viento sople, aunque sea sin saña.
La luz del sol otorga calidez a los penachos de los juncos. Brillan intensamente sobre el oscuro fondo del pinar de Partara.
¿Qué harán en París y qué dirán? Que ha cambiado el clima es un hecho evidente. Esta flor de diciembre es solo una pequeña muestra. Y eso a pesar del hielo que asoma estas mañanas de final del otoño.
Al otro lado de la valla, permanece quieta y lejos de los niños, sobre la hierba helada la pelota roja.
son esfinges en la orilla y los patos no paran de moverse por el cauce. Por las tardes el cielo enmarañado sobre el Ara se convierte en plata.
Las luces de la plaza son de invierno y la estrella que brilla en lo alto de la torre es la ficción repetida de un cuento que no cesa y que nos fagocita cada invierno.
A veces el cielo es un rebaños de nubes caprichosas, rotas, deshilachadas.
Se recuestan sobre el azul del cielo y se pierden en oscuros perfiles de montañas.
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