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sábado, 12 de diciembre de 2015

Otra vez camino del invierno

 
Los rastros del otoño. Desguazados los troncos de los álamos, al menos dan asiento al hortelano que consume las nueces del nogal cercano.
 
 Desnudos, ya, los álamos son plumas grises tendidas hacia el cielo. Algunos se visten con la hiedra que trepa por su tronco y acabará por consumir sus cuerpos de gigante.




Parecen piedras blancas, adheridos a los troncos muertos que les dan cobijo. Algún hongo se funde con el plástico y lo engulle, incorporando su materia extraña a su concha invernal.

Las hojas de las plataneras parecen de cartón y caerán muy pronto, en cuanto el viento sople, aunque sea sin saña.

La luz del sol otorga calidez a los penachos de los juncos. Brillan intensamente sobre el oscuro fondo del pinar de Partara.

¿Qué harán en París y qué dirán? Que ha cambiado el clima es un hecho evidente. Esta flor de diciembre es solo una pequeña muestra. Y eso a pesar del hielo que asoma estas mañanas de final del otoño.
 Al otro lado de la valla, permanece quieta y lejos de los niños, sobre la hierba helada la pelota roja.
 
 Las mañanas brumosas muy cerca de la cola del pantano de Mediano. Las garzas
son esfinges en la orilla y los patos no paran de moverse por el cauce. Por las tardes el cielo enmarañado sobre el Ara se convierte en plata.

Las luces de la plaza son de invierno y la estrella que brilla en lo alto de la torre es la ficción repetida de un cuento que no cesa y que nos fagocita cada invierno.

A veces el cielo es un  rebaños de nubes caprichosas, rotas, deshilachadas.
Se recuestan sobre el azul del cielo y se pierden en oscuros perfiles de montañas.

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