Palafrugell es el municipio al que pertenecen las playas de Tamariu, Llafranc y Calella de Palafrugell. Se encuentra a poco más de tres kilómetros de ésta última hacia el oeste. Durante el siglo XVIII la población comienza a crecer gracias a sectores como la agricultura y la pesca, a los que se le suma en el siglo XIX una próspera industria del corcho centrada en la exportación de tapones a todo el mundo.
A mediados del siglo XX la principal fuente de riqueza, el corcho, es desplazado por un turismo cada vez más importante. La ciudad comienza a modernizarse y a crear los recursos e instalaciones necesarias para el mantenimiento y desarrollo de esta nueva economía.
El municipio está formado por la población de Palafrugell y tres núcleos costeros que conservan todo el encanto de los típicos pueblos marineros de la Costa Brava, Llafranc, Tamariu y Calella, rodeados de calas y playas donde disfrutar de una exquisita gastronomía basada en el pescado. Palafrugell tiene una gran dinámica comercial y turística y Museo del Corcho El Museo del Corcho de Palafrugell, el único dedicado a este tema en España, fue inaugurado en el año 1991. Está situado en la calle Tarongeta y en su interior se conserva y estudia el patrimonio cultural y natural relacionado con el corcho. Cuenta con numerosas salas con exposiciones permanentes y temporales, auditorio, talleres escolares, biblioteca, un archivo de imágenes y una tienda donde se pueden comprar todo tipo de artículos fabricados con este material. A lo largo de la semana se realizan visitas guiadas en varios idiomas.
Fundación Josep Pla La Fundación Josep Pla se aloja en la casa natal del famoso escritor en la calle Nou y está dedicada a la vida y obra del autor. En su interior se exhiben imágenes, bibliografía y diversa documentación que explica la obra literaria y periodística de Josep Pla. Cuenta también con un aula donde se realizan conferencias y diferentes actos, además de una sala para exposiciones temporales.es literalmente tomada durante los meses de verano.
LOS CABALLITOS Solo una vez al año, por septiembre, cuando aún jugábamos todos los días en la calle hasta hacerse de noche, llegaba el tiovivo, el único que adornaba la pequeña feria de barracas que durante tres días animaba la esquina entre la carretera, la Florida y los Soportales. Junto a él, la churrería de Lorenzo, donde supe por primera vez a qué sabían los churros. Me gustaba aplastarlos en el azúcar del fondo para endulzarlos. No eran muchos y por eso los degustaba despacio, mientras miraba dar vuelta al tiovivo de los caballitos. Así llamamos en adelante a todas las ferias, fuera grande o pequeña, los caballitos. Entonces todos eran caballos de madera fijados a una barra, subiendo y bajando. No había ambulancias, ni coches de bomberos o de carreras, motos o aviones. Eran caballos blancos, negros, tordos, pintados con colores brillantes y llamativos que se reflejaban en los fragmentos de espejos colocados como mosiacos, multiplicando las imágenes, las...
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