Poco
antes de amanecer oigo la lluvia golpear contra la tela de la tienda. No es
ningún aguacero. Espero a que escampe y antes de que salga el sol recojo la
tienda y me pongo en marcha de nuevo, con el anorak encima, por si vuelve a
llover de nuevo. El tramo de sendero hasta cap sa Sal es muy bonito y pasa
junto a la Reserva Marina de Ses Negres. Los acantilados están a gran altura
sobre el mar y consigo alguna de las fotos más bellas de estas primeras etapas.
No encuentro obstáculos hasta que llego al entorno del hotel de Cap sa Sal,
construido en un lugar insólito. Hay una valla antigua, que guarda en su
recinto, entre otras cosas, un campo de tenis y unas viejas instalaciones
deportivas, que parecen no haberse usado desde hace mucho tiempo. Me resulta
muy engorroso saltar la valla con la mochila encima y el anorak puesto (ya que
sigue chispeando), pero consigo salir de aquel recinto y voy a dar a una
estrecha carretera asfaltada que muere en el hotel, donde a esas horas nadie da
señales de vida, excepto la furgoneta de un repartidor que al parecer ha madrugado.
Hasta
entonces, la luz para hacer fotos es muy poca y hasta que no llego a la cala de
Aiguafreda no hay ninguna que me salga en condiciones. Al llegar a ese lugar
arrecia la lluvia y agradezco que haya un bar abierto. Coincido en mi llegada
con el panadero que trae repostería aún caliente, recién hecha. ¡Qué bien me
sientan el café con leche, el zumo de naranja y el croissan. Después de ellos
ya puedo tirar millas de nuevo. Además para definitivamente de llover y da
gusto andar sin calor, con el fresquito que ha dejado la lluvia tras de sí.
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