ZAMBOMBAS LEJANAS
Llega la navidad y con
ella un paréntesis en la tierra de nadie, teniendo como fondo los villancicos
de siempre, sin nieve y sin ese frío zaragozano que se traduce en niebla o un
fiero cierzo que invitan a abrigarse. Tanta gente en la calle como siempre, un
río de ella en la calle Alfonso, donde toca el violín la misma artista, un poco
más mayor. Los mendigos ocupan siempre el mismo sitio. A la salida del Rincón
de Independencia y siempre de rodillas, con el rostro vuelto hacia el suelo y
acompañado de su pequeño perro, que adopta la misma actitud de casi humillación,
permanece un mendigo, igual que una estatua silenciosa, mientras a su alrededor
transitan los viandantes que entran al Corte Inglés o salen, dejando tras de sí
un olor de palomitas, chuches y bollos industriales que engullirán viendo el
Hobbit o cualquier otro estreno de los que se exhiben en los grandes carteles
de los cines Palafox. Si no sacamos la entrada con al menos una hora de
antelación, la cola de gente que espera, a media hora de comenzar la película,
es la misma de siempre en los días navideños. Eso, a pesar de que el cine
también se ha convertido en un caro objeto de consumo, al que somos cada vez
más los que acudimos sólo en ocasiones contadas. Los bares del centro también
parecen vivir la bonanza de siempre, lo que quizá no ocurre con los quioscos,
ni con las pocas castañeras que resisten en este tiempo cambiante y caprichoso.
¿Quién quiere castañas muy calientes a casi quince grados de temperatura
ambiente?
En la ribera del
Ebro se ven más cormoranes que gaviotas. Permanecen en pequeñas bandadas,
ocupando los islotes entre el pozo de San Lázaro y el Puente de Hierro. Alguno
se encarama a las ramas de los álamos que conservan algunas hojas que el
invierno no se ha llevado aún. De los bajos del Náutico van surgiendo sombras
oscuras y ateridas de vagabundos jóvenes que se desperezan. Salen como de una
madriguera, sin puertas ni ventanas, abierta de par en par a la humedad del
río. Parecen zombis buscando lentamente el sol que les devuelva un poco de calor,
mientras las brigadas del ayuntamiento se disponen a limpiar las zonas
asfaltadas de ribera.
El oscuro perfil del Pilar se recorta sobre un cielo
del que se adueña el sol. Viste
de plata el agua, ilumina las piedras del puente, dibuja a contraluz el menudo
y negro perfil de los patos que pueblan
las orillas y convierte en deformes pájaros ahorcados los frutos invernales de
las acacias desnudas.
Ese mismo sol frío alumbra
y se refleja en los bloques de pisos, más gélidos aún, de la otra orilla,
pintando pequeñas lenguas de fuego sobre el cemento hostil de la mañana urbana.
Qué lejos de la
música de zambomba y pandereta cuando después camino al hospital atravesando
una ciudad que ya se mueve inmersa en una navidad tan pasajera como todas lo
son, aunque tal vez un poco más cargada de cierta incertidumbre.
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