MÁS LOCOS QUE GENIOS
Hoy en día, tal vez haya “Picassos”, “Van Goghs” o “Caravaggios” que viven vidas singulares, atrapados en el éxito o en la más irremediable penuria, en espera de que el tiempo y la volubilidad humanas juzguen el resultado de sus manos. Pero si nos paramos a pensar en genios locos, no los hay y tan peligrosos como los ingenieros de las finanzas.
El fenómeno Madoff es de película de terror. Alguien “normal”, procedente de un ambiente nada encumbrado, que ha sido capaz de engañar durante cuarenta años a los más avezados, se supone, en buscar los cados más rentables para su dinero, en sacárselo a otra gente, no es posible que pueda seguir siendo el ejemplo de éxito a seguir en el futuro.
Aunque su estafa haya tenido como víctimas a personajes podridamente ricos, forma parte de una caterva de la que las víctimas se cuentan por millares y son de muy diversa fortuna o infortunio.
La gente real que sufre esta peste y está sujeta a sus desmanes, no puede volver a permitir que el desarrollo de un capitalismo salvaje, en el que todo vale, las ningunee y las humille de esta forma.
Lo malo es que los mecanismos que existen para descubrir y penalizar semejantes fraudes, son un engranaje oxidado, por desuso o, simplemente, inexistentes.
Contradecir la regla de oro del capitalismo, “libre comercio a cualquier precio”, es el mayor anatema, incluso para cualquier estado aconfesional o laico. Digo esto, porque las regulaciones, ajustes, deslocalizaciones…son fórmulas inamovibles de una religión voraz, cuyo objetivo es el estrago continuo, aflojar y tensar el ronzal que nos liga a la supervivencia y al deseo de vivir plácidamente.
Hay extensas masas de población que ni siquiera conocerán en papel impreso el nombre de Madoff.
Más difícil lo tendrá Georges Bush, cuyo mayor éxito habrá sido el consenso conseguido contra su imagen de ignorante irresponsable y peligroso.
Políticos, banqueros y especuladores, a los que se añaden mafiosos y narcotraficantes, en muchos lugares, son caras de un mismo poliedro. Cada una contribuye en lo que está en su mano a adormecer la mente, a aligerar el bolsillo, a arriesgar inútilmente los sueños de todos cuantos, sin saber o sabiéndolo, formamos el engranaje de una mentira, que subsiste gracias a que todos nos la creemos un poco y una gran parte piensa, en el fondo, que no hay nada capaz de reemplazarla.
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