SER INVISIBLE
La invisibilidad ha sido tema de novelas. Tanto Julio Verne como H.G. Welles escribieron sobre ello.
Sabemos que la posibilidad de ser invisibles es una de las quimeras sobre las que los humanos especulan y ni siquiera esos aviones “invisibles”, que el ejército americano posee, lo son en realidad. Han de volar de noche y estar cubiertos de una pintura negra especial para no ser detectados por los radares enemigos.
Para ser invisible sería necesario no estar en posesión de un teléfono móvil y mucho menos llevarlo encima, quizá por eso Bin Laden, el más invisible de los humanos, hasta el momento, decidió no utilizarlo para no ser localizado, volviendo al boca a boca o al correo en mano como medios más seguros para no ser detectados
La guerra de Afganistán demostró que ni siquiera ciertas cuevas eran un seguro de invisibilidad frente a esas armas, cuyos blancos son descubiertos por el calor que despiden sus cuerpos. Tal vez para eludirlas habría que tener sangre de reptil.
Fuera de estas reflexiones, no sé si me gustaría ser invisible. Es un tópico que tanto hombres como mujeres se hacen invisibles a partir de cierta edad en lo que se refiere a la atracción sexual que despiden. Si a esta circunstancia se añade la invisibilidad más total, el resultado sería penoso, a no ser que nos conformásemos con ser atravesados en plena calle por mujeres hermosas, que cruzarían nuestros cuerpos transparentes sin siquiera saberlo. Sería desesperante, algo así como estar muertos en vida.
Si a eso añadimos la mudez en la voz, que quedaría de atractivo en ser invisibles.
Si en esa circunstancia tuviéramos la capacidad de mover objetos, de usarlos como cualquier persona normal, no podríamos tener un trabajo normal, ni cobrar por él.
Podríamos dedicarnos a gastar bromas todo el tiempo o tal vez a impartir justicia según nuestro criterio subjetivo, lo cual abriría unas expectativas
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