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jueves, 22 de septiembre de 2011

Manos

Manos


¿Qué sería de la inteligencia del hombre sin sus manos?

Se sabe que liberar las manos de la servidumbre de estar siempre con las palmas en tierra posibilitó que el cerebro creciera. Tal vez permitió al hombre mirar más lejos de forma continuada, dominar, erguido, el horizonte.

Los antiguos despreciaban el trabajo manual y no consideraban como tal el manejo de las armas.
“Admiramos la obra pero despreciamos al autor” decía un gobernante antiguo.
Para él un artista era un mero artífice, obligado a ganarse, de forma poco noble, la vida con sus manos, lo que para un soldado, un político o un orador era considerado una deshonra.

¿Para qué si no estaban los esclavos?

Los hombres libres que se dedicaban a la arquitectura, la escultura o la pintura dependían de las obras por encargo para sobrevivir y pocos tenían eso que hoy tanto se valora, la libertad de creación.

¿Qué decir de artesanos y obreros, sometidos a la incesante rueda del trabajo, sin la posibilidad de cambiar su fortuna?

Fueron sus manos, sin embargo, las que levantaron templos, palacios y tumbas, las que talaron bosques, desecaron pantanos e hicieron posible el riego de los campos.

La historia convirtió en anónimas las manos, encumbró a los sacerdotes, gobernantes y soldados. Tan solo los escribas, poetas y galenos cabían en las crónicas que ellos mismos escribían y pasaban también a la posteridad, a la sombra de los grandes hombres, protagonistas indiscutibles de la historia escrita.

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