El fundamento de nuestro bienestar está tan manchado de sangre que, por muchos filtros que se pongan, algún día nos salpicará con fuerza y no podremos evitarlo.
Podemos empezar, al menos, por aceptar como ciudadanos en igualdad a tantos inmigrantes africanos que llegan con algo más que suerte a nuestras costas.
Cerrar el coto y tapar las salidas a la olla a presión en que África entera se convierte no es, en absoluto, una medida cuerda. A no ser que quien dicta las políticas de blindaje de Europa, esté ciego y sea totalmente impermeable a los males de África y, además, sea cómplice de golpes militares, limpieza étnica de áreas petrolíferas, tráfico de armas entre clanes rivales o naciones enfrentadas...
Conviven en África dos imágenes difícilmente reconciliables.
El "paraíso" cada vez mas cercado, con sus reservas cada vez mas reservadas y pueblos que aún tienen una ligazón esencial al territorio y de los que podríamos aprender a curar partes heridas del planeta.
Sin embargo, estos pueblos, son obligados a abandonar su forma de vida para engrosar la muchedumbre anónima y desposeída de las caóticas y violentas ciudades costeras o comienzan a formar parte del recuerdo.
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