Además de los conflictos mencionados, sin olvidar Angola, Sudán no le va a la zaga en atrocidades.
En un conflicto enquistado desde hace casi cinco décadas, las cifras espantan: dos millones de muertos, 4,5 millones de desplazados y 1 millón de exiliados.
Sus gentes se apiñan alrededor del Nilo y las venas que lo alimentan desde el sur del país, además de en altiplanicies, tan castigadas desde hace más de un año, como el Darfur.
Un conflicto étnico, religioso y con un trasfondo que aflora para descubrir a los actores estelares.
Como aves de carroña aparecen en escena.
Representan el mismo mundo que vació de población el continente, cuando los teólogos y juristas europeos discutían sobre el carácter humano o animal de los pueblos del África Negra. Sin mancharse las manos directamente de sangre, sobre el suelo sembrado de cadáveres recientes a los que, cuando vivos, la tierra ofrecía cobijo, instalarán la última tecnología en extracción de esa materia negra, viscosa, y definitivamente maldita.
Otro SIDA añadido que mata las raíces de los hombres que cuidaban rebaños y emigraban de penuria en penuria, bajo un sol que no alumbra igual para todos.
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