Sus bellezas inundan desde siempre la imaginación de los niños.
Leones de espesa melena sesteando en la sabana, cuando la lluvia es propicia y las piezas de caza no escasean. Avanzan famélicos, inmersos en la sequía que cuartea el barro reseco de lo que, por un tiempo, fueron enormes extensiones de alta hierba y que, ahora, se pierden, ocres, en el horizonte, tras la telilla vibrátil y transparente que exhala el calor de la tierra.
Animales desaparecidos de Europa hace milenios, allí se rebozan en el barro, resoplan en el agua o pasean el cuerno afrodisíaco y mortal, entre extrañas jirafas, hienas que ríen, cebras en blanco y negro y mandriles de presencia fiera y poderosos colmillos.
Una enorme reserva fragmentada en cientos de piezas de puzzle, repartidas y acotadas por todo el continente.
Es la imagen que se nos ofrece en la televisión, repetida hasta la saciedad.
Una belleza que, ciertos viajeros, disfrutan sin incomodidades. Desde que abandonan el aire acondicionado del hotel, pasando por el vehículo climatizado, hasta que se les deposita de nuevo en el punto de partida, con la temperatura adecuada.
En ningún momento se exponen a los rigores de África
Si es la prensa quien nos acerca África, la noticia contiene de forma invariable la tragedia. Si la noticia ocupa una página entera, el conflicto o la hambruna han de ser severos.
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