Comencé a escribir estas reflexiones hace más de diez años y todas tienen relación directa o indirecta con el deseo de paz y la repulsión que siempre he sentido por la explotación que el hombre hace del hombre.
Hoy mismo oigo clamar a un hombre que tuvo miedo de dar la cara frente a la gente que sin duda le habría abucheado, comparando a los que zarandearon a los políticos catalanes, con los de la kale borroka. Es un ardid para tapar sus desvergüenzas y de paso pedir más mano dura contra todos los que, incluso de forma pacífica y respetuosa, se opongan a sus decisiones sobre asuntos tan importantes como la sanidad, el agua o la corrupción de sus colegas cercanos.
África siempre ha estado en el ojo del huracán de la explotación y hoy, nuevamente, ha desaparecido de las páginas de los periódicos, en los que habitualmente apenas asoma
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