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jueves, 23 de julio de 2015

Comienza a hablar de Lloret de Mar don Josep Pla aludiendo a su ocupación humana tan remota que se remonta al Paleolítico. También existe una torre sepulcral romana (la torre dels moros). En la Edad Media era conocida como Loredo y perteneció a los señores del castillo de Palafolls y luego pasaría a ser de dominio episcopal. Tras permitir Carlos III a diversos puertos catalanes comerciar con América hubo una cierta emigración de lloretenses al Nuevo Mundo, que al volver se convirtieron en indianos ricos y fueron en parte responsables de la villa de los siglos XIX y XX. Aparte de los astilleros en Lloret hubo una industria familiar afamada de encajes y blondas. Lloret es, pese a la transformación operada en ella por el turismo internacional una población encantadora de una distinción innata. Ya se consideraba entonces uno de los principales centros turísticos del país, el primero de la costa Brava por su densidad hotelera. Sus playa forma desde la Punta de la Carabera y la Caleta un dibujo de luna creciente de elegante trazo. Es muy limpia, clara, de un color rosa pajizo, luminosa y radiante. La Tramontana llega hasta Tossa, pero raramente a Lloret, encontrando el Mistral del Montseny que se le opone como un muro infranqueable. A partir de Tossa los vientos dominantes son los del sur, el lebeche o garbí. Este clima hace que la tierra y el mar sean aquí manejables, más amables que en la costa norte. No se si queda algo de lo que a Pla pudo serle de agrado cuando escribió o reescribió su libro sobre la Costa Brava.
La playa de Lloret al atardecer, cuando ya no hay tantos bañistas.
Se que se trata de una foto de muy mala calidad, pero está hecha con mala luz y 30 años después de haber estado por primera vez en este restaurante holandés, restigo de épocas mejores en la historia turística de Lloret de Mar.No es de extrañar que la imagen sea borrosa La primera vez que estuve en Lloret de Mar fue en 1983. Aquel año había acabado la mili y me puse de acuerdo con dos amigos, Fernando “el Figura” y Antonio “Roico”, para ir a buscar trabajo a la Costa Brava. Pasamos primero por Playa de Haro, donde no encontramos nada y luego recalamos en Lloret donde nos contrataron en “El Jardín Holandés”, un restaurante cuya propietaria Nell era holandesa y nos cogió a los tres para completar el personal durante los meses de julio y agosto. Lloret estaba al final de su apogeo como centro turístico digamos normal. En sus calles, una gran parte de los comercios tenían sus letreros en alemán, holandés, inglés. Ya comenzaba a hablarse del balconing, aunque de forma muy anecdótica y lo que era habitual eran las borracheras colectivas, sobre todo de jóvenes ingleses que la solían liar a menudo en las noches de fin de semana de Lloret. Fernando y yo, al principio, si que recorríamos algunos pubs junto a la Riera y nos adentrábamos en las discotecas donde a los camareros se les daban facilidades para entrar. Aunque pronto nos cansamos de la vida nocturna, pues preferíamos disfrutar de la playa en las mañanas. Fernando salía a correr, mientras yo prefería disfrutar del baño y recorrer buceando las playas entre Lloret y Blanes. Antonio era quien llevaba una vida más ordenada y tranquila, al menos por la noche.
La playa de Lloret recien amanecido, cuando solo unos pocos paseantes se animan a pasear por ella.
Las primeras luces del día y las últimas de la noche en la playa de Lloret.
Sa Caleta y el castell d´en platja.
Desde sa Caleta se contempla la playa y parte de la costa hacia Blanes.
La playa de Lloret desde el túnel entre la Punta des Calafats y la cala des Frares
Una última foto al castell antes de poner rumbo a Blanes.
Hoy como hace treinta años, son muchos los jóvenes que se quedan a pernoctar en la playa. Gente de paso, noctámbulos, parejas que han prolongado allí sus escarceos amorosos hasta quedarse dormidos. Con poco más de veinte años yo también viví en Lloret noches así, que se curaban con unos buenos baños de mar, hasta que el agua salada templaba el calor del cuerpo y la cabeza dejaba de doler. En aquella época destacaba Lloret por sus “tumultos” nocturnos, hoy son las abundantes peleas callejeras, que acaban incluso con alguna muerte. Nell, la dueña del Jardín Holandés me contó que dos días antes de pasar yo por allí, habían matado al hijo de unos amigos con una navaja a la salida de una discoteca. Este es un capítulo en el que merece la pena detenerse al pensar en cómo ha cambiado la vida en los grandes centros turísticos del Mediterráneo
La playa de Lloret ya con las luces del paseo marítimo apagadas.
Desde la Punta d´en Rosaris, la luz del sol ilumina la playa de Lloret, devolviendo en la última contemplación la luz dorada que recuerdo de Lloret y de sus roquedales. Va a ser un buen último día de travesía