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sábado, 6 de agosto de 2011

AIREAR LOS ARMARIOS

AIREAR LOS ARMARIOS


Hay algo que siempre me ha llamado la atención. Son los armarios que guardan esos papeles que se denominan “clasificados”. No estoy seguro de que en realidad sean armarios, sino más bien archivadores metálicos ocupando los sótanos de algún organismo del Estado en los que se almacena toda aquella información que se le hurta al ciudadano alegando motivos de seguridad. Asuntos que se encubren bajo ese  paraguas ambiguo que justifica el silencio durante años.
En Estados Unidos y en muchos otros países democráticos hay cuestiones que duermen en los armarios durante décadas y cuando despiertan a la luz pública, sus protagonistas han muerto. Si están vivos y lo que han hecho constituye un delito, este ya ha prescrito y no afectará para nada en la vida del presunto delincuente.
Han de transcurrir cincuenta años para que ciertos documentos sean desclasificados. Más tiempo, aún, si se trata de documentos secretos del Estado Vaticano.

En siglos pasados era casi imposible desclasarse, pasar de ser aristócrata para convertirse en plebeyo y más aún si la cosa era al contrario.
Igual de difícil resulta hoy desclasificar los papeles que pueden contener lo incalificable. La ayuda de algunas democracias a dictaduras como las de Pinochet, Mobutu, Bokassa, Obiang... Las que contribuyeron a armar a Sadam, mientras fue útil para hacer la guerra a Irán. Las que apoyaron a los talibanes para echar a Rusia de Afganistán y seguir combatiendo el comunismo.
Cuando sean públicos, esos papeles servirán tan solo para escribir la historia con la distancia suficiente para no salpicar a los que ha protegido un largo silencio.

Es así como los armarios del Estado se convierten en “cloacas”, palabra que se utiliza mucho para designar asuntos turbios que no llegan a debatirse nunca en el organismo más representativo de las democracias, el Parlamento, llámese Cámara o Congreso.

Algunas acciones son tan zafias que su constancia no llega, siquiera, a guardarse en los armarios, pues saltan a la prensa en tiempo real, como se dice ahora.

Una de las cualidades de las democracias debiera ser ventilar los armarios de “los padres de la patria” o limpiar las cloacas mucho más a menudo, sin tanto secretismo, porque si no la polilla, la carcoma, el mal olor, son lógicos efectos de esconder y amontonar la basurilla en los rincones más oscuros del armario y los que lo sufren son siempre otros y además no pocos.

PUEBLOS INVISIBLES

PUEBLOS INVISIBLES



Hay  pueblos enteros que son invisibles, tanto por su propia voluntad de esconderse, como por la necesidad perentoria de evitar, así, su propia extinción.
Su contacto, cada vez más inevitable, con la civilización no se produce en igualdad de condiciones

Los casos más significativos los encontramos en Sudamérica, África y en ciertos lugares de Asia y el Pacífico.

La cuenca del Amazonas ha ofrecido refugio a lo largo de miles de años a  grupos indígenas que han visto cambiar y desaparecer a sus vecinos. Las enfermedades habituales en Europa, en ellos hacen estragos, lo mismo hoy que hace quinientos años. Si a ello unimos la ambición o la necesidad de ampliar territorios de cultivo, de caza, la búsqueda de metales preciosos,  la tala de bosques y nuevos remedios farmacéuticos, tenemos un cóctel explosivo que agita la gigantesca selva hasta sus más recónditos confines.

¿Cómo preservar la existencia de esos pueblos, tal como viven y son y, a la vez, conseguir que, países como Brasil, prosperen y se modernicen sin destruir la riqueza de sus selvas y la vida misma de sus habitantes más antiguos y apegados a ellas?

Ni entre los pueblos del Amazonas, ni entre los de la Cuenca del Congo el sentido de la propiedad se ha arraigado hasta ahora. Sin embargo los nuevos ocupantes y explotadores de este, hasta hace poco, invisible medio  natural, buscan afianzar la propiedad o aumentarla. En esa carrera chocan con habitantes, que se sienten del sitio, aunque no lo posean con el aura sagrada que otorgamos nosotros, los occidentales, a la propiedad privada.

Para ellos, la tierra, los ríos, las plantas y animales no son propiedad de nadie.

Para las empresas farmacéuticas lo importante es llegar a controlar patentes de fármacos extraídos de plantas que se encuentran allí.

Para los garimpeiros, encontrar el oro que les saque de ser pobres.
Para las empresas madereras, conseguir un buen precio por las maderas tropicales que talan y sacar de ellas grandes beneficios.

¿Cómo no querer esconderse de quien se acerca a la selva como a un supermercado y ni siquiera repone los estantes que deja vacíos?

¿Porqué, al hacerse visibles, esos pueblos se convierten en lo más residual de los estados en que habitan, a veces sin saberlo siquiera?

Da igual que se trate  de esquimales, yanomamis, bosquimanos o pigmeos.

Antes de que desaparezca su sabiduría, pensemos en lo que ellos conocen de la tierra que les ha dado cobijo y alimento durante tanto tiempo, cómo la han amado y respetado para  poder seguir viviendo sobre ella.

Ahora es el momento de conseguir que no se hagan invisibles definitivamente o todos perderemos con ello.

La gran excusa

La gran excusa
se escuda
tras una niebla roja
de sangre

Estamos acostumbrados a las pequeñas excusas, para no acudir a una cita o a una invitación no deseada. Pero las excusas que se utilizan para involucrar a todo el mundo en una guerra, más que excusas son grandes trampas en las que nos sumergimos los humanos, sin medir las consecuencias.

Hablo, naturalmente de la guerra de Irak, precedida por la de Afganistán.
Ni en uno, ni en otro caso, las excusas para la invasión, han visto su objetivo cumplido.

Ni se ha encontrado a Bin Laden, ni las armas de destrucción masiva.

Mientras tanto, éstas han actuado, dirigidas desde aviones americanos, provocando cifras de muertos difíciles de precisar. El uranio empobrecido ha quedado emporcando los suelos de la antigua Mesopotamia, el país regado por dos grandes ríos, el Tigris y el Eúfrates.

¿Cómo se juega ahora lo que en el siglo XIX llamaron “El Gran Juego”?

Es difícil ponerse en la piel de los habitantes integrados en las fronteras de Irak.
Habría que hacer un esfuerzo de comprensión, repasando la historia humana.

Un elefante en una cacharrería no puede moverse sin que peligre todo el género a su alrededor. Pero el símil del elefante se queda corto, pues se trata de vidas humanas, a las que se desconcierta y se humilla, con una invasión que tiene como excusa algo inexistente, al menos hasta entonces, en el suelo irakí.

Hace tiempo que Bush y su camarilla especulan con nuevos objetivos, entre ellos Irán.

¿Cómo se puede querer seguir jugando con fuego en vez de diálogo.

¿Se trata de seguir fomentando el error y el horror o alguna vez puede haber más cordura en lo que respecta a nuestra presencia como especie en la tierra?