El olmo de la imagen, La Olma, era un ejemplar de dicho árbol que, como tantos otros, murió por la enfermedad de la grafiosis. Los que la conocimos y disfrutamos, los que estuvimos albergados bajo su sombra, llegamos a amarlo como a un personaje más de un lugar diminuto, llamado Riocavado de la Sierra.
Ayer me encontré con el enebro del Soto que había sido derribado por el fuerte viento la noche del lunes al martes. La naturaleza tiene estas cosas y la edad no perdona a ningún ser vivo. Esperemos empezar lo más enteros posible este nuevo año.
Un corazón que late no puede amedrentarse por el frío ni dejar que el invierno le venza como a las hojas muertas que el otoño amontona para mudar la piel que ha de vestir la tierra cuando vuelva otra vez la primavera.
