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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Comenzado noviembre el color de las hojas de las hayas ya se ha vuelto marrón y forma almohadones inmensos en los que nos hundimos hasta las rodillas. En la ribera del Cinca, junto a  Aínsa, los chopos alcanzan su amarillo más intenso y la tierra humedecida es más oscura que durante el verano. No he podido visitar la pardina del señor como el año pasado, pero las fotos que he visto de los bosques entre Fanlo y Sarvisé mostraban un colorido mucho más intenso y variado que en el otoño pasado.  Tampoco he visitado Añisclo, ni Pineta, ni Ordesa, pero han estado en mi recuerdo cuando he paseado otros lugares. Los cielos del otoño son más nítidos y en ellos se pintan los rojos y rosados que iluminan la Peña, Setrales, las Sorores. Intento fotografiarlos una y otra vez, pero es frustrante saber que el ojo de la cámara nunca alcanza lo que los míos contemplan. Renuncio a fotografiar las flores, las mismas que llevo viendo meses. Sigue siendo primavera este otoño templado, así lo dice la flor del gordolobo y también las margaritas. Ya han desaparecido los boletus y entre familias enteras de lepistas nebularis que se van pudriendo, encuentro pies azules, rusiñoles que iluminan la negrura de la tierra, babosas blancas y negras que se mantienen tersas y también robellones, muy pocos, pero sanos. El encinar huele intensamente a humus. Las hojas de los árboles se van apelmazando y se mezclan entre sí para ser pronto tierra, cuando pase el invierno, el frío las deshaga y ya no desprendan ese olor penetrante que tanto me atrae. Ya no se ven mantis, ni escarabajos. A pesar del calor, las mariposas por fin se han escondido, también los abejorros, pero no los mosquitos que aún forman densas nubes sobre nuestras cabezas. La nieve sobre Monte Perdido cae y mengua por el calor del día. Los capullos en el rosal del jardín se han quedado esperando. Querían nacer pero parece que se quedarán así, en capullo, sin llegar a florecer, como si supieran que están fuera de tiempo, que el calor de estos días es engañoso. Ningún año es igual en sus otoños. Me han dicho que en Zaragoza hay cada vez más tiendas en las que venden setas. Yo mismo vi el otro día una en la que había boletus con aspecto de recién cogidos, robellones, muchardinas, trompetillas. Este año le ha tocado a Soria soportar la invasión de hordas de cogedores sin escrúpulos que las recogen de cualquier manera. Les pillaron con varios miles de kilos. Estaría bien erradicar esa forma de destrozar el monte, pero al `parecer hay quien está acostumbrado a ganarse la vida de esa forma depredadora, como ocurre también con los siluros que poco a poco van invadiendo los espacios que antes eran de las truchas, las carpas, los lucios… Será cosa de la globalización que tiene sus inconvenientes.