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jueves, 1 de agosto de 2013


Tras coronar el cerro sigo un camino llano que pasa junto a unas construcciones de ladrillo abandonadas. Por su aspecto, ni siquiera servirían para darme cobijo una noche. Su aspecto además de ruinoso es lamentable. Atravieso la carretera de Port Bou a Colera en su punto más alto y sigo una senda que, según el cartel, me llevará hasta Colera. Nada más reanudar la marcha, oigo a mis espaldas la voz de uno de los guiris que dejé más abajo. Le digo en francés que equivoqué el camino y llevo prisa. Enseguida los pierdo de vista porque quizá descienden por la carretera. Me cruzo con alguien que parece habituado a hacer esa senda. Más tarde, cuando al volver me alcanza, me cuenta como desaparecieron los bancales que servían de asiento a las viñas. Me fijo y aún se ven pequeños e irregulares muros que retienen espacios minúsculos de tierra que, apenas darían para unas pocas cepas. Si no hubiera sido por mi acompañante, tal vez no me hubiese percatado de la presencia de los restos de aquel tiempo en que la filoxera diezmó una buena parte de aquella precaria economía de subsistencia.
La existencia de viñas se remonta al siglo VI antes de Cristo, con la importancia que adquirió Ampurias, ciudad que dará nombre al Ampurdán.
La plantación de viñas trajo consigo en los siglos XVIII y XIX un notable aumento demográfico, en un paisaje de cipreses, barracas, muros y bancales de piedra seca. La filoxera, que apareció en 1879, en una viña de Rabós d´Empordá , arruinó la prosperidad de los vinos ampurdaneses. Después de ello, la viña no volvió a recuperar toda la tierra que ocupaba antes de la plaga. Lo que permitió la adaptación al terreno de la vid fue, por una parte el efecto beneficioso que causa el viento en la salud de las cepas. Además de ello, los inviernos son suaves y la pluviosidad media (sobre los 600mm anuales). Antes de la filoxera también fueron atacadas las viñas por el oídio, al que llamaron en Cataluña “malura vella” y hoy se denomina fumadura. Lugo también apareció el mildiu, antes de la letal filoxera.

Viñas fantasmas
solo quedan las piedras
que os sustentaban

Bajo la senda
son los viejos bancales
camaleones

La tramontana
no roza las chumberas
las zarandea

El horizonte
es una línea blanca
que bate el viento

Colera es un pueblo de apenas dos calles muy largas, eso sí atravesadas por un viaducto en el que atruena el tren cada vez que pasa. La tramontana sopla con fuerza en el puerto, donde apenas hay gente cuando ya anochece. El camping está lleno de franceses que celebran con música la víspera del 14 de julio, su fiesta nacional. Me cuesta dormir, a veces por el viento, otras por las piedras que hay bajo el suelo de la tienda de campaña.
Me levanto a poco de haber amanecido. Desayuno ciruelas y peras, antes de emprender la marcha que me llevará a Port de la Selva
Encuentro una noticia curiosa del 6 de julio de 2004 en la que se informa sobre la explosión controlada de la segunda mina submarina, probablemente alemana, encontrada en las cercanías de este pueblo por unos submarinistas. Cuando encontraron la primera, ésta debió ser transportada mar adentro y se desalojó a más de doscientas personas por precaución. Esta mina tenía unos 120 cm de diámetro y unos 200 kilos de peso. La segunda se calcula que tenía unos 300 kilos de dinamita y ambas provenían con casi total seguridad de la segunda guerra mundial.
También es curioso el motín que, al parecer se produjo a cuenta del primer proyecto de construcción del viaducto, en enero de 1878
Tal día como hoy, el 20 de enero de 1878 tenía lugar un serio enfrentamiento entre la Compañía ferroviaria, las autoridades y el pueblo llano Colera. El hecho es que la Compañía proyectó el puente de Colera con el asentamiento del poder ejecutivo trazando dicho puente sobre un terraplén que uniera las dos colinas que separaban Colera para que pudiera pasar el tren dejando solamente dos metros, es decir dos pequeños orificios para dejar paso a los carruajes y viandantes. Estos dos pasajes unirían y servirían de comunicación entre la playa y el pueblo. Total que se originó un motín alegando los ciudadanos que esta aciaga y nefasta idea acarrearía la muerte del pueblo ya que al encontrarse soterrado por el alto parapeto que permitiría el acceso del tren, impediría el paso del aire convirtiendo el lugar en un apropiado cultivo de inundaciones en casos de lluvia o riadas. Las autoridades ciegas en su empeño motivaron que el pueblo entero se sublevase, llegando incluso al asalto del Ayuntamiento de Colera, quema de papeles y destrozo de archivos existentes en el edificio municipal donde los agentes del orden fueron desarmados y desautorizados.
Como resultado, los líderes de este movimiento fueron detenidos y posteriormente encarcelados. Como la agitación y la repulsa de los vecinos, seguía hostigando a los obreros encargados de subir el terraplén, el tono fue declarado rebeldía frente al poder y no faltaron agresiones, pedradas y palos.
Visto el cariz que tomaba los acontecimientos, la Compañía y sus complacientes autoridades tuvieron que reconsiderar su proyecto y finalmente reconstruyeron estas cuatro airosas y monumentales pilastras que actualmente sostienen el puente. 
El pueblo de Colera, con su actitud levantisca pudo, liberar al fin, con razón, de un mal irreparable.
Cuando fueron liberados los cabecillas de esta revuelta popular, se les recibió con toda solemnidad, hubo música y baile en su honor en prueba de su reconocimiento por las vicisitudes pasadas.

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