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martes, 8 de noviembre de 2011

Espectáculos crueles

En el teatro griego, dioses y humanos hablan de tú a tú, intercambian papeles, o se abisman en el amor y el odio aunque, solo los humanos acaban por pagar con su vida, la traición, el despecho o la pasión desenfrenada. Frente a la tragedia, donde las deidades se salen con la suya, manejando los hilos de la acción, la comedia solo atañe al ingenio y la torpeza de los seres humanos.
La risa, el llanto, el miedo, la soberbia, los celos; un retrato cercano y descarnado bajo máscaras inmóviles, tras las que cada espectador se reconoce. Pero todo transcurre en la ficción. La muerte es un espectro recordado, pero ausente.
Los romanos llevaron la guerra al escenario. La sangre de personas y animales, alimentó la sed de masas despiadadas que, a distancia, ejercían parte de su derecho a convertirse en asesinos, sin empuñar la espada, solo el grito o el silencio cómplices. Pan y circo y una horda inacabable que los reclame siempre. Mientras no falten uno y otro, se borrará la sangre y el abuso, como si se extirpase la memoria, en el clamor anónimo, que reclama la muerte de un gladiador esclavo o una indefensa víctima, letal para la pervivencia del estado.
Tiempo después, cuando reinaba un dios terrible, la justicia de sus representantes en la tierra, abarrotó las plazas para ver las hogueras arder y, dentro de ellas, nuevas víctimas de un orden implacable contra los disidentes, incrédulos o no. La Inquisición llegó a hacer de la muerte el espectáculo de mayor audiencia.
La guerra, no obstante, siempre ha sido, sin duda, el mayor espectáculo, en un juego sin reglas ni tramoyas fingidas, donde los escenarios saltan por los aires. A su pesar, actores, las víctimas huyen como un enjambre de la trama central. Bajo el humo se escapan de una muerte segura a otra más lenta, en tanto que la guerra no concluye.
Al teatro sucedieron las luchas de gladiadores y las carreras de cuadrigas, luego se llenarían los estadios y los campos de fútbol, cada vez más repletos de espectadores. También en la guerra ha cambiado el atrezzo, solo para matar más rápido y que unos actores, los que matan no vean frente a frente al enemigo.
Espectáculos crueles

Misterio sin resolver

Misterio sin resolver


La muerte de Albo Luciano se consumó entre las cuatro paredes de su habitación. Parece que los testimonios de quienes encontraron su cadáver son contradictorios en cuanto a la hora exacta en que lo descubrieron. Su asistenta testificó que la luz, aún permanecía abierta, cuando, al no recoger su desayuno, dejado en la puerta, entró para despertarlo. Aún sostenía en la mano un lápiz o una pluma y ciertos papeles que no se atrevió a tocar.
Si lo hizo, al parecer, el asistente. La noche anterior mantuvo una conversación con el muerto, cuyo contenido no transcendió y sobre la que luego se especuló bastante. Gracias a él no se hizo la autopsia, o al menos se retrasó su conocimiento público. El médico que hizo el parte de defunción no era siquiera su médico oficial

No podían permitir que en aquel estado minúsculo, pero influyente, ninguna investigación policial pudiese arrojar sombras sobre las causas absolutamente naturales de aquella muerte.

Tan solo hacía un mes que ocupaba su cargo. Su salud no era de hierro, pero si buena. Tomaba medicación, pero su tensión arterial era más bien baja, lo cual no es precisamente malo, sino casi un seguro de vida. Peor hubiera sido lo contrario.

En el caso de sus predecesores, al morir siempre se hacía un detallado informe médico de las causas de la muerte, pero en esta ocasión no se contempló siquiera la necesidad de hacerlo y menos con rigor. Había sido un infarto de miocardio y punto.

Se dieron tanta prisa en encontrarle un sustituto, (al parecer estaba cantado), que la nueva elección convirtió en algo secundario la muerte de Luciano.

Tiempo después alguien expresó la certeza de que había sido envenenado con un vasodilatador y que los papeles que tenía en su mano la mañana de su muerte, contenían una lista de cambios en el organigrama de su empresa, entre ellos la destitución de su asistente.

Este, al parecer se relacionaba con otras empresas rivales, que utilizaban métodos mafiosos o practicaban un secretismo cercano a la presunción de delincuencia. Luciano estaba dispuesto a cambiar aquello y dejar de hacer negocios con empresas que no tuviesen un historial intachable.

Esto era más de lo que la camarilla más influyente de ejecutivos con birrete podía soportar. No estaban dispuestos a que se descubriesen las inversiones con dinero de su empresa en armamento, en drogas y a saber en cuantos más negocios de probada suciedad.

En círculos internos, para calmar los ánimos y en vistas a minimizar las sospechas, dijeron que Luciano tenía en la cabeza un negocio ruinoso que consistía en regalar anticonceptivos a millones de pobres que no tenían acceso a ellos. Querían dar testimonio evidente de su locura. Nadie se molestaría en indagar sobre la muerte de alguien tan estrafalario.

Con el tiempo salieron a relucir a la luz pública las relaciones  que mantenían aquellas empresas, pero la muerte de Luciano ya estaba lejos.

En los nuevos tiempos cualquier noticia no inmediata deja de tener atractivo y se convierte, como mucho, en tema para una novela, o una tesis doctoral que nadie leerá.

Para siempre, encerrado entre las cuatro paredes de aquella habitación queda el enigma de aquella muerte.

Treinta años después esa empresa, a la que pertenecía Luciano sigue negándose a facilitar que lleguen a los más pobres los preservativos o cualquier forma de anticonceptivo.

El negocio es el negocio

MÁS LOCOS QUE GENIOS

MÁS LOCOS QUE GENIOS


Hoy en día, tal vez haya “Picassos”, “Van Goghs” o “Caravaggios” que viven vidas singulares, atrapados en el éxito o en la más irremediable penuria, en espera de que el tiempo y la volubilidad humanas juzguen el resultado de sus manos. Pero si nos paramos a pensar en genios locos, no los hay y tan peligrosos como los ingenieros de las finanzas.
El fenómeno Madoff es de película de terror. Alguien “normal”, procedente de un ambiente nada encumbrado, que ha sido capaz de engañar durante cuarenta años a los más avezados, se supone, en buscar los cados más rentables para su dinero, en sacárselo a otra gente, no es posible que pueda seguir siendo el ejemplo de éxito a seguir en el futuro.
Aunque su estafa haya tenido como víctimas a personajes podridamente ricos, forma parte de una caterva de la que las víctimas se cuentan por millares y son de muy diversa fortuna o infortunio.
La gente real que sufre esta peste y está sujeta a sus desmanes, no puede volver a permitir que el desarrollo de un capitalismo salvaje, en el que todo vale, las ningunee y las humille de esta forma.
Lo malo es que los mecanismos que existen para descubrir y penalizar semejantes fraudes, son un engranaje oxidado, por desuso o, simplemente, inexistentes.
Contradecir la regla de oro del capitalismo, “libre comercio a cualquier precio”, es el mayor anatema, incluso para cualquier estado aconfesional o laico. Digo esto, porque las regulaciones, ajustes, deslocalizaciones…son fórmulas inamovibles de una religión voraz, cuyo objetivo es el estrago continuo, aflojar y tensar el ronzal que nos liga a la supervivencia y al deseo de vivir plácidamente.
Hay extensas masas de población que ni siquiera conocerán en papel impreso el nombre de Madoff.
Más difícil lo tendrá Georges Bush, cuyo mayor éxito habrá sido el consenso conseguido contra su imagen de ignorante irresponsable y peligroso.
Políticos, banqueros y especuladores, a los que se añaden mafiosos y narcotraficantes, en muchos lugares, son caras de un mismo poliedro. Cada una contribuye en lo que está en su mano a adormecer la mente, a aligerar el bolsillo, a arriesgar inútilmente los sueños de todos cuantos, sin saber o sabiéndolo, formamos el engranaje de una mentira, que subsiste gracias a que todos nos la creemos un poco y una gran parte piensa, en el fondo, que no hay nada capaz de reemplazarla.