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miércoles, 12 de octubre de 2011

El Destino

El Destino


Nunca he creído en la predeterminación de los calvinistas, pero la libertad del hombre tampoco es tal si pienso que uno no puede elegir donde nacer, ni  entre quien hacerlo. El nacimiento marca parte de nuestro destino. Hay quien habla de forjarse o labrarse un destino, otorgando co-protagonismo a la voluntad humana.
Hay quien lo busca en las estrellas, como si el  plano de figuras trazadas en el cielo encerrase la verdad de lo que somos o seremos y solo podemos esperar que se vaya cumpliendo inexorablemente.
La palabra destino entendida como devenir siempre  ha contenido, para mí, una determinación ajena al hombre, que le supera. Solamente cuando la oía en las estaciones  perdía ese halo de fatalidad que parece envolverla, significando algo que flota sobre nuestras cabezas, siempre a punto de alcanzarnos, de caer sobre nosotros como un peso de alto tonelaje, presto a aplastarnos.
Oía aquello de tren expreso procedente de Barcelona con destino a Coruña o Almería y evocaba en mí el inocuo transcurrir nocturno de viajeros cansados y sonámbulos camino de un destino más allá del alba.
No está claro sin embargo que el ejercicio de nuestra libertad sea ajeno a nuestro propio destino.
Decía William Shakespeareel destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”. Estamos, sin duda, limitados por el lugar en que nacemos, la posición social, el afecto que recibimos. Pero hay quien es capaz de transformar unas malas cartas en un buen juego.
Bethoven, yendo más allá expresaba con convicción la fe en su propia voluntad y en su carácter al decir: “me apoderaré del destino, agarrándolo por el cuello. No me dominará”
De forma parecida, aunque no tan contundente, Neruda expresaba la validez del hombre enfrentado al destino y decía: “Yo creía que la ruta pasaba por el hombre y que de allí tenía que salir el destino”
John Milton, el poeta inglés decía: “No creo en la necesidad, ni en la casualidad, mi voluntad es el destino”.
También el escritor italiano Giovanni Papini mostraba como las cualidades del hombre contaban a la hora de cumplirse el destino y dejó escrito: “El destino no reina sin la complicidad  secreta del instinto y de la voluntad”.

Sin embargo no hay unanimidad en considerar que el hombre pueda guiar las riendas de su destino y hay quien se ha expresado de manera más fatalista.
Decía el fabulista Jean de la Fontaine:” A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”. Como aquel que huyendo del encuentro con la muerte, ignoraba que esta le esperaba en la ciudad donde pretendía esconderse.
El poeta romántico, Lord Byron, que murió luchando en Grecia por su independencia dijo sobre el destino: “luchar contra él sería un combate como el del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz”
El escritor griego Esquilo de Eleusis dejó dicho:” Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar puede el hombre escapar a la sentencia de su destino”
Albert Einstein, ese viejo simpático que nos saca su lengua en los posters escribió: “Tendremos el destino que no hayamos merecido”.
Sin duda todas estas frases forman parte del significado de algo tan enigmático como es el destino.
De todas las frases que he encontrado son estas las que más me transmiten la idea de que libertad y destino no son incompatibles o que, el destino no significa necesariamente Fatalidad.
La primera del viajero y geógrafo Humboldt dice así: “La manera en que una persona toma las riendas de su destino es más determinante que el mismo destino”.
La última del escritor Goethe nos dice: ”A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea y sabemos que así será”.

CARDIOPATÍA

CARDIOPATÍA


Corazón nada has de añorar
en esta isla lejana.
Corazón nada hasta la playa

Amigos míos, si me permitís saldremos a la calle a observar como la rueda de la fortuna trata a ese músculo vital que es el corazón.
Es ingobernable se dice, cuando nos decidimos a vivir una pasión, la que sea.
Pero ¿cuantas pasiones se cruzan en los pasos de cebra, en los andenes, en los grandes mercados y plazas?
Son innumerables.
Van y vienen.
Y a veces chocan o se interfieren entre sí.

Y si salimos a la carretera o a los cinturones, se cruzan además a toda leche, salvo en el ir y venir al trabajo  y en los grandes atascos de los puentes.
 La lentitud del tráfico y la exasperación por llegar, dispara nuestra adrenalina.
Allí se juntan los que salen y entran, los que van y vienen, los que no pueden dejar de salir ni siquiera en domingo y los despistados que cruzan en tránsito.

El maremagno habitual e irremediable.

Y cuando nos preguntan, respondemos:

¿Yo?  ¿Del corazón? nada. 

UN DIA PERFECTO

UN DIA PERFECTO

No creo en los días perfectos. En todo caso para acercarse a serlo, de ellos debería estar desterrado el reloj, el mayor incordio inventado por el hombre.
No dudo de su utilidad, pero tampoco de su cualidad de instrumento de tortura, asociado a la necesidad de un trabajo medido inexorablemente por los círculos que describen sus agujas.
Un día placentero para mí sería, desde luego, un día sin trabajo, en el que levantarse cuando el cuerpo lo pida. Para muchos sería no levantarse en todo el día.
Sin embargo, surge la primera disyuntiva si pienso que es un día de verano, en una playa que puedo pasear de madrugada y ver su amanecer sin gente, cuando solo algún barco de pesca sale del puerto o regresa hacia él, antes de que los bañistas abarroten la arena.
Tras el agradable paseo, solo o acompañado, volver a casa con pan tierno y croisan. Lo de llevar el periódico, no lo tengo claro, pues las noticias, no siempre son un buen ingrediente para acompañar al desayuno. Como aún es temprano sería opcional, antes o después de desayunar, volver a la cama y hacer el amor sin prisa alguna ( se da por sabido que no hay niños cerca que nos reclamen o rompan la magia del momento)
Tras levantarse, un largo baño y después de salir a la calle, tomar un vermú en algún chiringuito cercano al puerto y después comer en un restaurante con vistas al mar.
Si estoy en un lugar de montaña, lo de ver amanecer puede esperar y elegiría la opción de gozar de la cama más tiempo, a no ser que desee subir a algún pico. En este caso se requiere esfuerzo, cosa que para muchos está reñida con la perfección, ya que se suele sudar de forma algo menos placentera que en la otra opción.
Un paseo por un bosque de hayas o a la orilla de un río, sería el prólogo perfecto a una buena comida en algún restaurante con vistas a la Peña o las tres Sorores, por ejemplo.
Para mí la siesta no es algo necesario. A ser posible la comida  no debiera ser pesada, para no provocar ese sopor que tanto invade a muchos y les obliga a una buena cabezada hasta media tarde. Yo prefiero pasear de nuevo.
En una ciudad sin mar, pasaría la tarde en una plaza (la plaza mayor de Madrid o la de Salamanca), viendo pasar la gente, ante unas cervezas. En la playa me daría un baño antes de caer el sol, cuando la temperatura del agua se ha dulcificado y no hay tantos bañistas. Aunque lo mejor sería en una cala solitaria, en la que secarse con los últimos rayos del sol. También es un momento propicio para el amor.
En la montaña, siendo temporada, disfrutaría buscando setas, que degustaría a la plancha a la hora de cenar.
Aún saldríamos a contemplar el mar de noche mientras disfrutamos de un café, acompañado de una charla entre amigos.
Unos bailes en algún pueblo en fiestas, podría ser un buen colofón para un día, que nunca, a pesar de disfrutarlo, sería perfecto, pues quien sabe...


¿Cómo sería un día perfecto para un vagabundo? Tal vez sería no estar obligado a levantarse y dormitar al sol, sin la necesidad de buscarse la vida por un día. También que la temperatura fuera la ideal para estar todo el tiempo a la intemperie y sentirse como en casa.
Para un africano del sahel tener a mano el agua y la comida y no tener que gastar energía en procurársela.
Para un preso, dejar de serlo durante ese día. Lo demás correría por cuenta de su imaginación
Para un monje de clausura no puedo siquiera imaginarlo.
Para un niño, jugar hasta caer rendido a mil cosas distintas.