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viernes, 26 de agosto de 2011

Seres de agua

Seres de agua



Vivimos sobre un planeta azul.
Es el color del agua.
Un diminuto resplandor en un perdido rincón del universo.
Un agitado estanque circular del que un día salimos para poblar la tierra.
Hoy lo sabemos, cuando hemos logrado mirarlo en la distancia.
Fue nuestro primer espejo, donde cada rostro humano o animal, que se asomó a beber, se vio por un instante.
Todos los seres, que habitamos este oscuro rincón de luz prestada, tenemos algo en común, la sed.
Si algo nos anima a habitar un espacio de forma permanente es la certeza de la lluvia o la seguridad de que el agua fluye a nuestros pies, más preciosa que el oro, más necesaria que cualquier otra riqueza imaginable.

Me reitero, aunque llegue a pecar de pesado, en lo del braguetazo de la Iglesia (y no es por volver a tocar el tema sexual, que también daría para largo).

Si hubiese un abismo para los pedigüeños, irían a caer en él unos cuantos obispos, como en el sumidero de un desagüe.
Lo mismo serviría para lo que les sobra de demagogos. Los "pobres" se conforman con el cero dos por ciento de no se sabe qué. Ellos no dejan de ladrar por menos del cero ocho por cien de los impuestos.
Lo malo es que seguirán colándose hasta en nuestros bolsillos, no se sabe hasta cuando.

Vaya tropa que se no ha impuesto.

Y ya va para siglos.

Un abismo de tiempo

VIAJE A LA INDIA.

VIAJE A LA INDIA.

Cua
ndo alguien como yo, que no ha viajado a la India, se plantea escribir sobre ese gran país, aparece un enjambre o maraña de imágenes dispersas, como piezas de un gigantesco puzzle, imposible, no solo de completar, sino de ofrecer una visión coherente de él.

Busco en revistas de viajes, a las que soy muy aficionado y encuentro gran cantidad de artículos. En ellos sus autores reconocen la misma incapacidad para condensar su esencia múltiple, volátil y a la vez permanente en tan solo unos folios y unas fotografías.

La tentación de recurrir a la historia para explicarla es como intentar sacar retales de un baúl, deshilachados, imposibles de hilvanar desde los márgenes a los que condenamos aquí toda historia que no se relacione directamente con Europa.

A los más antiguos habitantes se van superponiendo otros, venidos de las altiplanicies del centro de Asia, arios, mongoles, tibetanos, semitas del oeste, chinos y birmanos del este , negros africanos (llegados como esclavos al Gujarat)…

Surgen los tópicos, que sirven para China o Egipto. La presencia de ríos que nacen en un reino distinto al de la tierra, en un cielo de hielo hacia el que caminan, hoy como ayer, miles de peregrinos.

Nombres como el del monte Kailas, en el Tibet, evocan el profundo fervor hacia la madre tierra, de la que mana el agua sagrada. Agua de vida en la que se sumergen los yoghis, junto a nieves perpetuas y glaciares que también retroceden. Agua que trae la muerte cuando se une al imparable y torrencial monzón.

Los Himalayas cierran la frontera, que nunca fue impermeable, ni tampoco fácil de surcar. Desde el Techo del mundo donde habitan los dioses fluye la sangre transparente hacia la morada de los hombres, empeñados en vivir junto a su lecho, cada vez más oscuro en su viaje hacia el mar.

Los hindúes creen que a través del Ganges fluye la energía seminal de Siva y lo recuerdan con miles de lingams o falos de piedra junto a su curso.

Las religiones indias incluyen la creencia en la reencarnación como una forma de fundirse interminablemente con el cosmos cambiante, con la
vida que fluye en los bosques, el desierto, los montes, las aldeas y también las ciudades. Animales sagrados como los elefantes esculpidos en piedra se mezclan con mujeres  y hombres  que se aman, mostrando abiertamente la importancia del sexo en barrocas fachadas de piedra, tan habitadas de imágenes como lo están de humanos las populosas calles de Calcuta, de Delhi, de Bombay…

En pocos lugares de la tierra los contrastes son tan radicales como en India. Sus marajás fueron lo que hoy son los emires del petróleo, al menos en imagen de derroche y lujo desmedido.

Sus mendigos se cuentan por millones.

La India tiene proyectos de viajes turísticos al espacio, mientras hay zonas cuyo acceso solo es posible a pie y con gran esfuerzo.

Mientras hay sitios, sobre todo en las montañas, que apenas se han transformado en su paisaje, Bhopal representa el “Chernobil” indio, una ciudad envenenada.

Un pasado cargado de tradiciones.

El presente no las arrincona, las incorpora como si fueran nuevas piezas  de un gigantesco edificio, en el que caben todos los colores, todos los seres.

Unos desaparecen. Enseguida otros nacen y los sustituyen. Permanece la división social en castas.
Desaparecen poco a poco especies animales como el tigre.
Surge una industria de cine, con tanto eco como la de Holiwood y con más adeptos (al menos en Asia y parte de África)

En la India se desguazan los barcos inservibles que desecha occidente (Salgado retrató a los peones que, por poco dinero, hacen una labor de hormigas).

En el país de Ghandi y de la no violencia, sus fronteras son una fuente continua de conflictos (Sobre todo con Pakistán y China). Lástima que un país tolerante, no pudiera albergar en su seno a hindúes y musulmanes.

Quizá si algún día tenemos la oportunidad de ir a la India, lo mejor sería dejar a un lado la memoria y visitarla como recién nacida para nuestros sentidos.

Claro que al poco tiempo habrá cambiado, aunque sea la misma.