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jueves, 28 de julio de 2011

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SEGUNDA OPORTUNIDAD
 2004

Son muy pocos los que tienen una segunda oportunidad de vivir de otra manera algo en lo que han fracasado o la vida que les ha tocado bajo el signo de la desgracia o la pobreza. Solo en los cuentos de hadas aparecen una y otra vez situaciones que nos hacen soñar en que todo es posible.
En la vida real conozco pocos casos en los que a alguien se le ofrezca una segunda oportunidad, pero curiosamente esos casos son de personajes que acaso no merezcan tener esa fortuna.

Me acuerdo de algunos a los que la justicia humana parece empeñada en darles las oportunidades que quizá no debieran tener.
Esta semana salió en la prensa la foto de Mark Tatcher, el hijo de la famosa primera ministra británica, acusado de participar en un intento de golpe de estado en un país africano. En la foto, rodeado de los policías que le habían detenido, Mark sonreía como si estuviese seguro de su inocencia o más bien de la impunidad, que le otorgará una nueva oportunidad para seguir con sus negocios, al parecer bastante turbios.

Otro caso es el de Mario Conde, quien parece  haber  gozado de un retiro sosegado más que de una condena por sus grandes desfalcos, en espera también de disfrutar de entera libertad.

¿Tendrá también Pinochet una nueva oportunidad de acogerse a la demencia senil que le libró de ser procesado por sus inmundos crímenes y acallar entre otras la voz de Victor Jara para siempre?

Esa senilidad no le impide seguir teniendo a buen recaudo la fortuna que amasó en sus años de dictador en Chile.

Donald Rumsfeld también podrá seguir al mando del imperio por un tiempo a pesar de las  infames torturas  cometidas contra los presos iraquíes de la cárcel de Abú Graib, parapetado tras sus subordinados.

Esperemos que su jefe directo, Georges Bush, no tenga una segunda oportunidad de poner patas arriba el mundo pues para muestra ya vale el botón de sus cuatro años de mandato, tras los cuales el planeta es un lugar algo menos seguro.
(POR DESGRACIA LA TUVO Y YA VIMOS CON QUE RESULTADOS)

FAMILIA ¿QUÉ FAMILIA?

Familia ¿Qué familia?



Cuando yo era un niño solo distinguía entre familias numerosas y las que no lo eran. Era raro encontrar aquellas en que solo hubiera una hija o hijo, lo cual, además, sin ninguna reflexión, yo consideraba una pequeña desgracia, pues aunque fuera más fácil acceder a la posesión de ciertos juguetes, el hecho de no tener hermanos me  parecía un recorte antinatural, una carencia que daba como resultado niños acostumbrados a hacer su voluntad y que sometían a sus padres al vaivén de su capricho.

En una familia numerosa las expectativas de amistad, en ocasiones, se veían casi colmadas dentro de núcleo familiar. Jugábamos juntos, paseábamos juntos e íbamos, de vacaciones al pueblo, la familia entera.
Invariablemente, en cada familia había alguna abuela o abuelo que ayudaba en la crianza de los hijos y servía de nexo entre una vida en vías de extinción y otras con un futuro por descubrir, al que se incorporarían canciones, historias y vivencias que, como un puente, sorteaban los ríos paralelos y sinuosos de las generaciones para no ser olvidadas.

Yo recuerdo a mi abuela Daría que vivía con nosotros. Era una mujer menuda, con su cara curtida por el tiempo y la vida de aldea montañesa.
Aparentemente frágil, escondía, tal vez, esa tristeza honda de quien ha perdido parte de sus hijos de forma prematura. Como en muchas mujeres, su luto parecía eterno, contrastando con su largo pelo blanco que, cada mañana, peinaba largo rato para, luego, recogerlo en un apretado moño. Era una presencia tan entrañable y cálida que aún la siento como algo real, como si siempre estuviese cerca, a pesar del tiempo transcurrido desde su partida.

Cada vez es más raro, sobre todo en las ciudades, encontrar familias en las que convivan tres generaciones. Ese puente que unía a los abuelos y a los nietos en la convivencia cotidiana se desvanece, convirtiendo a los abuelos en visitantes ocasionales o en la única referencia que acerca a las familias a las residencias de ancianos una vez por semana o cada cierto tiempo, con dosis de afecto menos comprometidas que las que suponía la convivencia continuada bajo el mismo techo.

Hoy hay familias monoparentales, de madres solteras, de divorciadas o divorciados, familias que reúnen los hijos habidos en matrimonios anteriores que rompen los clichés de lo que se pudo considerar en su momento como familia al uso.

También las parejas gays y lesbianas reivindican su derecho a formar una familia, acogiéndose a la posibilidad de la adopción.

La Iglesia ha puesto el grito en el cielo ante esta posibilidad y es recalcitrante en no admitir que existe algo más que las parejas tradicionales de hombre y mujer, padre y madre, que no siempre garantizan el afecto y el bienestar, no sólo material, de una familia.

Esa institución proclama no hacer política pero se arroga la exclusiva de la moralidad y la corrección en materia familiar y sigue proscribiendo el uso del preservativo o los métodos anticonceptivos más elementales y necesarios, allí donde el exceso de natalidad se convierte en un problema serio.

Los lazos de sangre son quizás más fuertes que los del simple afecto, pero lo son para lo bueno y para lo malo, como muestran las atrocidades que resultan del despecho, de los celos, del poder que otorga a algunos el hecho de ser padres o madres sobre la vida de sus hijos.

En muchos de estos casos aparece por  medio algún tipo de trastorno o de locura pero, que yo sepa casi todos ocurren en familias de esas que se dan en llamar “normales”.