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jueves, 22 de diciembre de 2011

CARADURAS

CARADURAS

Viendo la cara de Rosell, el presidente de la CEOE, no podemos pensar que estamos ante un témpano de hielo, porque casi tiene aspecto de persona inofensiva, con una caída de ojos de alguien más bien tímido o apocado. Sin embargo si medimos el grado de caradura con el que plantea, casi sin inmutarse, el asunto de los minijobs (minitrabajos), creo que estamos ante un ejemplo más de lo frio que les deja a los grandes empresarios y banqueros la suerte que corran una buena parte de los ciudadanos. Ayer oí decir a un político español (famoso en el Sobrarbe por haber bajado en navata por el Cinca) que los políticos tienen complejo de inferioridad ante los banqueros y los financieros. Y debe ser así porque después de haberles salvado aquellos con el dinero público, ahora que no sueltan un duro en créditos, los banqueros y grandes empresarios también quieren disponer de lo público a su antojo. Rosell dice que sobran 900000 funcionarios y se queda tan ancho. Somos de los países europeos con una proporción menor de funcionarios por habitante y se especula con hacer una limpia de trabajadores que pondría el número de parados en los seis millones de personas. Eso desde luego dejaría a merced de cualquier empresario sin escrúpulos a muchos desesperados dispuestos a contratarse por una miseria como la que proponen. A esta feliz idea añadamos la de no contar la antigüedad  más que a partir del segundo año de trabajo y tendremos que el paso hacia una nueva especie de esclavitud consentida y prolongada hasta no se sabe cuándo, está servida. Si uno mira el porcentaje del paro entre los jóvenes, ve claramente que antes de los 30 muy pocos trabajan. Si el periodo de cotización   para cobrar una pensión digna está en los 38 años, ¿Que cuentas se puede hacer una persona si le contratan para esos minijobs, que suenan a juguete semejante a la barbie o algo igual de ridículo e insultante?.
Esperemos que la política recupere su espacio, si alguna vez lo ha tenido de verdad, de valedora de la igualdad, de servidora de la justicia y la equidad, de parapeto contra los abusos de quienes se pasan por el forro la Constitución, el estado del bienestar y la lucha de más de siglo y medio por dejar atrás la esclavitud.

ANDAR SOBRE HIELO

ANDAR SOBRE HIELO
Me gusta andar sobre el hielo, sentir por un rato la sensación de lejanía que produce su frío silencio en lo más hondo de los barrancos. No me ha gustado nunca, sin embargo, desafiarlo. Admiro a los que tienen el valor de arriesgarse a subir una pared helada o son capaces de adentrarse en la inmensidad de un desierto helado. Hace unos días hablaban en la radio sobre la conquista de la Antártida, en la que Roald Amudsen se adelantó a Scott, cuya vida acabó de forma trágica, muy cerca del lugar que acaparó sus sueños largo tiempo. Amudsen, que moriría años más tarde, siguiendo su instinto de eterno explorador, cedería parte de su fama, a la visión romántica y doliente de otro hombre que vivió la certeza de su muerte acercarse entre el hielo, una vez que todos sus compañeros de expedición ya habían muerto. Los humanos, tan dados a celebrar hazañas, trataron injustamente a Amudsen por haber sobrevivido, comiéndose a sus perros para no perecer. Scott confió su destino a la tecnología y prefirió buscar la gloria al estilo de las expediciones esponsorizadas de hoy en día, con mucha parafernalia de fotos y documentación. Amudsen, hombre ya bregado en tratar con el hielo y el frío fue más práctico y supo dar cabida a las enseñanzas de los esquimales, con los que había convivido durante varios años. La tecnología, sin duda, es útil, pero la experiencia puede serlo mucho más.
Hoy la Antártida sigue siendo el continente menos hollado. Aunque ya se cuentan por miles los turistas que acuden anualmente a visitarlo, sus posibles riquezas no son explotadas. El tiempo que queda de moratoria, sea quizá un tiempo decisivo para comprender que puede valer más la pena preservar  lo mejor del planeta, sus reservas de agua, sus bosques, que crear una riqueza efímera que no contribuya a hacernos más felices y más sabios, sino a enriquecer a esos pocos que nunca tendrán bastante aunque casi lo tengan todo.

EL TIEMPO SE AGOTA

EL TIEMPO SE AGOTA
Sabemos que el calentamiento de la tierra es un hecho. Da igual si nuestro planeta ha sufrido otras veces un proceso semejante por causas diferentes a las actuales. Son tantos los intereses en juego que es muy conveniente seguir poniendo en duda nuestra responsabilidad como especie en dicho proceso. No conocemos otra forma de estar sobre el planeta que no sea esquilmar de manera constante sus recursos. Lo hicimos por ignorancia durante siglos y lo hacemos ahora aprovechando una tecnología devastadora puesta al servicio de gente a la que no le importa la habitabilidad futura del planeta.
Nos hemos acostumbrado a la imagen repetida y espectacular de los glaciares descomponiéndose a bocados frente a la mirada asombrada de los turistas que abarrotan los barcos aparcados en la cercanía de sus lenguas. Es todo un lujo emplear cubitos de hielo con miles de años de antigüedad garantizada para aguar el wiskhy. Pagaremos todos esa pequeña frivolidad y la más grande de aparcar los problemas acuciantes de la tierra en el cajón más olvidado del trastero. Durban, Kioto, Río de Janeiro…parecen una pérdida de tiempo y energía para nada, pues casi nadie cumple sus compromisos. Empezando por los países que más contaminan,  Estados Unidos y China, siguiendo por los que hacen oídos sordos, como España, y los que se avienen a vender sus derechos de contaminación, según un cambalache perverso inventado para acallar las voces críticas, todos incumplen o consienten que los compromisos adquiridos no se cumplan.
Los rastros que deja el calentamiento global  los vemos en los icebergs, cada vez de mayor tamaño, que se desprenden del continente antártico, en los glaciares que descienden del Himalaya hacia la India y China, en los frágiles trozos de hielo a los que se aferran los acongojados osos blancos que ven menguar su espacio a un ritmo trepidante. Y para no ir muy lejos, nuestros propios glaciares, antaño majestuosos, se convierten en vestigios de un pasado en el que el ser humano respetaba más la naturaleza, aunque solo fuera por no tener los medios que hoy en día tiene para acabar con ella. Las imágenes de Lucien Briet de hace cien años son hoy irrepetibles.
En buena lógica yo creo que nadie en su sano juicio destrozaría su casa para buscar un tesoro efímero del que ni siquiera podrán disfrutar los que les toque nacer de aquí a veinte años. Marte es un frío y loco sueño en el que quizá estén pensando los que ahora no hacen otra cosa que emporcar el planeta sin freno e impunemente.