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martes, 8 de noviembre de 2011

Misterio sin resolver

Misterio sin resolver


La muerte de Albo Luciano se consumó entre las cuatro paredes de su habitación. Parece que los testimonios de quienes encontraron su cadáver son contradictorios en cuanto a la hora exacta en que lo descubrieron. Su asistenta testificó que la luz, aún permanecía abierta, cuando, al no recoger su desayuno, dejado en la puerta, entró para despertarlo. Aún sostenía en la mano un lápiz o una pluma y ciertos papeles que no se atrevió a tocar.
Si lo hizo, al parecer, el asistente. La noche anterior mantuvo una conversación con el muerto, cuyo contenido no transcendió y sobre la que luego se especuló bastante. Gracias a él no se hizo la autopsia, o al menos se retrasó su conocimiento público. El médico que hizo el parte de defunción no era siquiera su médico oficial

No podían permitir que en aquel estado minúsculo, pero influyente, ninguna investigación policial pudiese arrojar sombras sobre las causas absolutamente naturales de aquella muerte.

Tan solo hacía un mes que ocupaba su cargo. Su salud no era de hierro, pero si buena. Tomaba medicación, pero su tensión arterial era más bien baja, lo cual no es precisamente malo, sino casi un seguro de vida. Peor hubiera sido lo contrario.

En el caso de sus predecesores, al morir siempre se hacía un detallado informe médico de las causas de la muerte, pero en esta ocasión no se contempló siquiera la necesidad de hacerlo y menos con rigor. Había sido un infarto de miocardio y punto.

Se dieron tanta prisa en encontrarle un sustituto, (al parecer estaba cantado), que la nueva elección convirtió en algo secundario la muerte de Luciano.

Tiempo después alguien expresó la certeza de que había sido envenenado con un vasodilatador y que los papeles que tenía en su mano la mañana de su muerte, contenían una lista de cambios en el organigrama de su empresa, entre ellos la destitución de su asistente.

Este, al parecer se relacionaba con otras empresas rivales, que utilizaban métodos mafiosos o practicaban un secretismo cercano a la presunción de delincuencia. Luciano estaba dispuesto a cambiar aquello y dejar de hacer negocios con empresas que no tuviesen un historial intachable.

Esto era más de lo que la camarilla más influyente de ejecutivos con birrete podía soportar. No estaban dispuestos a que se descubriesen las inversiones con dinero de su empresa en armamento, en drogas y a saber en cuantos más negocios de probada suciedad.

En círculos internos, para calmar los ánimos y en vistas a minimizar las sospechas, dijeron que Luciano tenía en la cabeza un negocio ruinoso que consistía en regalar anticonceptivos a millones de pobres que no tenían acceso a ellos. Querían dar testimonio evidente de su locura. Nadie se molestaría en indagar sobre la muerte de alguien tan estrafalario.

Con el tiempo salieron a relucir a la luz pública las relaciones  que mantenían aquellas empresas, pero la muerte de Luciano ya estaba lejos.

En los nuevos tiempos cualquier noticia no inmediata deja de tener atractivo y se convierte, como mucho, en tema para una novela, o una tesis doctoral que nadie leerá.

Para siempre, encerrado entre las cuatro paredes de aquella habitación queda el enigma de aquella muerte.

Treinta años después esa empresa, a la que pertenecía Luciano sigue negándose a facilitar que lleguen a los más pobres los preservativos o cualquier forma de anticonceptivo.

El negocio es el negocio

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